lunes, 29 de agosto de 2011

UN RAYO DE LUNA

Se sentó en el bordillo de la acera. La noche era, en ese momento, su única compañera. Y la soledad su amante más fiel desde hacía veinte años. Por su mente fueron pasando, como en una película en blanco y negro, los sucesos de su vida. Aquella vida rota y truncada definitivamente para siempre. Una vida que quedó sepultada, como tantas otras, tras el terremoto del 11 de mayo de 2011 cuando, precisamente, estaba jugando una partida al dominó con los amigos, en el bar de Antonio de la Viña.

 Las escenas de su vida mas reciente comenzaban en aquellos años sesenta, cuando salía de la estación del tren de Lorca, con una vieja maleta atada con gruesas cuerdas de esparto, para dirigirse a la vendimia francesa. Noches de insomnio, viajes interminables, traqueteos en aquellos vagones de madera, carbonilla cuando abría la ventana para respirar aire puro del exterior, y bocadillos de embutido preparados con cariño extremo por las manos de Juanita. Su único, su verdadero amor. 
Recuerda que la conoció en un baile de la verbena de Marchena y desde aquella noche que bailaron, el viejo tango de Carlitos Gardel, “Volver” supo desde ese momento que aquella mujer era la suya y que sería la madre de sus hijos. Jamás podría vivir sin ella. Tras más de diez años de largo noviazgo se casaron. Fue una pareja inmensamente feliz pero, los hijos, nunca llegaron. Vivían el uno para el otro y aquellas separaciones para trabajar en la Vendimia les costaba, a ambos, ponerse malos quince días antes de la salida en el viejo tren que recorría media España para llegar al destino cuatro días después de tomarlo en la estación de Lorca. Viajes interminables con la maleta de cartón-piedra como única compañera. Y la foto de Juanita que llevaba en el viejo billetero, atado con gomas, donde guardaba también todos los papeles, permisos, y contrato de trabajo. Abría la cartera, miraba aquella foto en blanco y negro, le daba un beso y la volvía a guardar en el bolsillo interior de la raída chaqueta de lana.
Recuerda aquellos días de sufrimiento y trabajo en Francia. De sol a sol cortando uvas en la viñas de aquel país. Todo el dia agachado. El dolor de los riñones, el sudor empapando su camisa.. Una humilde casa, en plena finca, era su refugio junto a trabajadores de otras partes de España. Diez personas estaban allí con las que al final fueron estrechando lazos de amistad como si de una gran familia se tratara.  Largas jornadas de sacrificios, un año y otro, pues su única aspiración era comprarse una casita digna en Lorca y vivir solo con su Josefa pues, la casa de los padres de ella en Marchena, se había quedado pequeña ya que vivían con otra hermana los hijos de esta, el marido y una tía soltera.  Y porque como siempre le decían “El casado, casa quiere”… Su sueño pasaba únicamente por esa casa que tanto necesitaban y por ello hacia aquellos sacrificios en tierra extraña.
Ahorró hasta el último franco y tras varios años acudiendo a vendimiar durante todo el otoño pudieron conseguir su sueño. Por fin tenía la casa que tanto trabajo le había costado y tantos sueños le había proporcionado. Habían trabajado duro los dos, marido y mujer, durante aquellos años pues ella también aportaba su dinerillo con los trabajos que le salían en las temporadas del campo lorquino pero, eso sí, peor pagada que él como siempre ha sucedido en esta España nuestra. Pero por fin, la casa, fue una hermosa realidad.

Han pasado muchos años de todo aquello. Josefa, un mal día, se fue para siempre de este mundo después de una larga y penosa enfermedad que la tuvo postrada en cama más de seis meses. El se quedó solo. Sin ella, sin hijos, sin familia, sin hermanos pues no tuvo jamás. Sin nadie que se ocupara de él. Y con ochenta años.
Esa noche no había vuelto a dormir al campamento de refugiados de la Torrecilla. No quería seguir pasando estrecheces y penurias bajo aquella tienda de lona. Su tiempo se había cubierto. Ya no podía aguantar más. Habían pasado más de cien días de aquel terremoto y no encontraba soluciones ni las tenía. Primero fue el campamento de Santa Quiteria, después el de la Torrecilla. Todo el verano bajo las lonas con más de cuarenta grados, a expensas de un bocadillo y una botella de agua. Horas y horas caminando, apoyado en su andador, entre las tiendas de campaña. Pensando en un futuro que no tenía y una esperanzas que se habían marchado para siempre.

Se levantó del bordillo, cruzó la calle, y se metió en el solar de lo que había sido su casa en el barrio de la Viña. Se orientó por la hermosa luna que, aquella noche, bañaba de plata las ruinas de lo que fuera uno de los barrios más castizos y bulliciosos de Lorca.
Encontró, tras orientarse, la ubicación exacta de donde estuvo su dormitorio. Su cama junto a Josefa. Sus noches de amor en el silencio de aquel cuarto bañado siempre por la luz de la luna que entraba por el amplio ventanal. La vio joven y hermosa, como era, y cuando le recibía después de largos meses de duro trabajo en Francia para comprar aquella casa. Se echó al suelo. Se hizo un ovillo y se quedó dormido.
En sueños, lo sintió perfectamente, llegó Juana sensual y bella.  Le acarició el rostro surcado de mil arrugas de los duros soles del campo y le tomó entre sus brazos como si de un niño pequeño y desvalido se tratara… no sintió nada más. Solo vio una luz hermosa y cegadora que le arrastró a su interior. Siguió aquella hermosa claridad cogido de las manos del amor de su vida….
El único testigo de aquello fue un solar donde un terremoto había truncado para siempre los sueños de un hombre viejo...  

1 comentario:

  1. No tengo palabras...solo las lágrimas que ahora mismo resbalan por mis mejillas.

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