sábado, 6 de agosto de 2011

DOÑA ROSITA Estampas de playa

La vengo observando toda la semana que, a lo que parece, es el tiempo que lleva aquí en la playa. Llega sobre las diez de la mañana. Un vestido veraniego estampado cubre su cuerpo. En la cabeza un coqueto sombrero de ganchillo blanco con un adorno central en rosa. Abre un gran bolso que cuelga de su costado y saca una toalla azul marino con bordes amarillos que extiende con mimo y cuidado sobre la arena.

 Deja el bolso sobre ella y se quita el vestido. Con una gracia especial cuando lo saca por arriba, por la cabeza, sin desprenderse del sombrero del que se protege del sol de agosto. Tendrá mas de cincuenta años (aunque sigo diciendo que soy muy malo para calcular la edad) pero luce un cuerpo explendido con un bikini azul marino y florecitas en azul claro.  Es de mediana estatura pero todo en ella es armonía.
 No lleva anillos, ni pulseras ni tan siquiera pendientes. Su pelo, rubio, unas veces lo lleva recogido en un moño bajo, otras en una corta cola de caballo y la mayoría de días suelto bajo el sombrerito de ganchillo. Tiene una cara agradable sin ser ninguna belleza.

Se sienta con extrema delicadeza sobre la toalla, saca un spray de crema solar y ella misma, con movimientos de contorsionista, se la da por todo el cuerpo incluida la espalda. Cuando termina esta tarea, saca un cuaderno de crucigramas y  comienza a hacer uno de ellos. Hasta aquí todo normal desde luego. Pero cuando lleva un rato asi, y por eso me fijé mucho mas en ella, guarda la revista de pasatiempos y saca un libro de la colección de bolsillo de "Alianza Editorial"  con la obra poetica de Federico García Lorca. Hoy mismo lo ha estado leyendo toda la mañana. El otro dia fue Yerma el que tenía en sus manos.

La hago soltera, no se porque. Siempre está sola. Nunca la he visto con nadie. Ella y sus libros del inmortal poeta granadino. No lleva marca alguna de alianzas en sus bronceados dedos. No tiene nada, externamente, que me haga pensar en una maternidad mas o menos lejana en el tiempo. Vientre plano y bien torneado. Pechos firmes y turjentes, pese a la edad, y ademas sin cirugía que eso se nota por mucho que los cirujanos quieran disimularlo. Nada en ella externamente delata que sea una mujer que haya pasado por el trance de la maternidad.

Hoy la he observado con mayor detenimiento quizá que otros dias. Leía poemas de García Lorca y de vez en cuando, sentada en la toalla, dejaba vagar su vista hacia la raya del mar donde tierras y cielos se unen en un inseparable abrazo de vida. A lo mejor, he pensado, sueña con ese amor que nunca vino. Con ese amor que nunca fue posible. Con ese amor que le causó la soledad en la que está inmersa.  Y mi imaginación, tambien, ha viajado con ella y por ella a crear un “personaje” en mi cabeza que bien pudiera estar sacado asi mismo de la obra del poeta de Granada.

 No, decididamente, ella no es un personaje de “Bodas de Sangre” Para nada. No es tampoco, aunque pudiera serlo, una de las hijas de Bernarda Alba. No, no le pega en absoluto. Aquellas fueron mujeres “de negro y permanente luto” Mujeres escondidas de miradas extrañas. Mujeres olvidadas y secuestradas por la moral sin sentido de la matriarca. Ella no. Ella está alli disfrutando de sol y mar y no escondida en una sordida casa en medio de un campo. Tampoco es Yerma, aunque yo piense que no ha tenido hijos… Y estando en eso me ha venido fugazmente el personaje lorquiano que mejor le cuadra: “Doña Rosita la Soltera”.

Si eso es. Es mi particular “doña Rosita” del siglo XXI. La que se encierra en la poesia para soñar amores que nunca fueron. La que añora a aquel primo que le prometió matrimonio pero se casó con otra. La que ha llevado en silencio su amor no correspondido y ya, como doña Rosita, cuando sea muy viejecita contará a los mas próximos la promesa de amores que nunca fue realidad. Si, es doña Rosita. Definitivamente.

  Su extremada delicadeza, su anatomía grácil  sin que le hayan pasado factura los años. Su cara graciosa sin ser bella. Sus maneras exquisitas hasta la hora, incluso, de acariciar su propio cuerpo con la crema protectora. Sus lineas perfectas en un cuerpo bien proporcionado a lo mejor, quien sabe, anhelante de las caricias que nunca conoció.

Si es doña Rosita a la orilla de un mar azul en calma una mañana de agosto. Y ella, mientras yo pensaba en todo eso, seguía leyendo a Federico García Lorca escasamente a dos metros de donde yo estaba y por supuesto ajena por completo a la historia que se estaba construyendo en mi cabeza.
Seguro que el llorado Federico conoció a una mujer parecida para inspirarse en una historia que dicen fue incluso real en un pueblo granadino. Sería, ella, como la mía. Solitaria, delicada y soñadora que dejaba vagar sus ojos azules por los paisajes de la Vega mientras soñaba con el amor que nunca se materializó en su cuerpo yermo. La mía, mi particular doña Rosita, pierde su mirada en el horizonte del milenario Mare Nostrum quizá buscado la estela de aquel que le prometió amores pero que nunca cumplió con su promesa.

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