miércoles, 10 de agosto de 2011

EL ACANTILADO. Estampas de playa.


Repasó su vida en un instante. Como si visionara una pelicula a camara lenta en una sala de cine que tanto le gustaban. O quizá no, no era correcto, la estaba viendo en un gran Teatro representada por un actor principal que era él mismo. Se vió desnudo con sus virtudes y sus defectos. Sintió la soledad que le embargaba. Pensó lo que hubiera sido y no fue. Imaginó como se habría sentido si, su existencia, hubiera dado un giro cuando tuvo que darlo pero la cobardía se lo impidió. Bueno cobardía no. Los convencionalismos, falsas promesas o la certeza que nada iba a cambiar aunque lo intentara. Lo cierto fue que no movió un solo dedo para hacerlo y no lo hizo.  Dejó las cosas como estaban y se fue conformando cada día un poco mas.

Alli, sentado al borde del acantilado, miraba el mar de un color intenso juntandose en la linea del horizonte con un purísimo azul en el cielo de la tarde de verano. Hasta donde él estaba llegaba el olor a brea y salitre mezclado con el inconfundible perfume de pinos y jaras que poblaban aquella privilegiada atayala donde, tantas tardes, habia encontrado la inspiracion para sus articulos y novelas. Donde tantas y tantas veces le habia servido de inspiracion el sonido del mar o las noches de luna llena cuando, la “dama de la noche” parecía vestir de plata aquella inmensidad.

Hoy todo era distinto. Fracasado, hundido, sin una editorial que quisiera tan solo recibirle o aceptar los manuscritos que se esforzaba en sacar adelante en el viejo y lento ordenador que ya se le había quedado atrasado, en lo que a tecnología se refiere, pero que al carecer de ingresos no tenia mas remedio que manejarlo muy a su pesar. Nadie quería saber nada de él. Había pasado de la admiracion al silencio. De las luces, focos y entrevistas al mas sangrante de los olvidos pues ya ni siquiera le llamaban de la emisora local de su pueblo para interesarse por alguna de sus obras. Todos le habían olvidado. Incluso ella. Todos.

El mar era toda su vida. Alli habia encontrado el consuelo en sus ratos de soledad. La inspiracion en los momentos dificiles e incluso el amor de quien tanto quiso pero nunca pudo conseguir. Hoy todo había quedado atrás. Sentado alli, mirando el horizonte, se hacía mil preguntas que no tenian respuesta. Ya nada merecía la pena. Se había cansado de luchar contra los molinos de viento; de nadar contra corriente, de perseguir un imposible y el fracaso había llamado a su puerta para quedarse definitivamente a su lado. Estaba hundido y era un fracasado. Esa era la realidad y pensar otra cosa era engañarse. Y no lo iba a hacer desde luego.

Pero  tenía el mar. El nunca le habia fallado. Nunca. Era su consuelo, su mejor aliado, su unico complice. Su vida. Por eso cada vez que podía se escapaba a aquel lugar escarpado y único para soñar con el mar. Para vivir con el mar. Para que el mar le hablara.

Y aquella tarde, el mar, le habló y le llamó. Por eso sin dudarlo un solo instante se precipitó al vació desde aquel acantilado de mas de ochenta metros y fue al encuentro de su unico y verdadero amor: el mar.

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