jueves, 10 de noviembre de 2011

LA CARTA

Mi querida Fina.
Espero que al recibo de esta te encuentres bien. Yo estoy bien a Dios gracias. Por mi no te preocupes. Aquí en la residencia me tratan muy bien y hay unas chicas muy simpáticas que siempre están pendientes de mí. Que si tengo que desayunar, que si tengo que comer, que si tengo que ver la tele y distraerme. Pero ¿sabes una cosa? No me apetece mucho ver la televisión pues no me distrae. Prefiero salir al jardín de la residencia y sentarme en un banco que está en un rincón precioso rodeado de flores y de plantas. Me recuerda mucho la casa de tus padres, el patio, que tu pobre madre que en gloria esté tenía lleno de macetas ¿te acuerdas tú de aquello? Ese trozo de patio donde nos sentábamos tú y yo y cuando ella se despistaba, como no nos veía nadie, aprovechaba para cogerte la mano y acariciarte. ¡Ay Finica cuanto te echo de menos! ¡Que solico estoy!
Sé que tu estas bien, que a ti también te tratan de maravilla allí en Cuenca pero yo quiero ir a verte aunque no se cómo hacerlo desde luego. Yo en Murcia y tu allí tan lejos. Qué pena que no tuviéramos plaza en la misma residencia los dos para seguir juntos como hemos estado estos sesenta años. Finica te quiero tanto que no se vivir sin ti. Hace más de un año que nos separaron y sin embargo para mi es todo como el primer día y no puedo levantarme una sola mañana sin pensar en ti. Y las noches, nena, son terribles pues la soledad me impide dormir. Paso tanto frio Fina. Que frio paso. No había dormido solo desde los dieciocho años y no me acostumbro a estar de esta manera. La cama me parece muy grande. ¿Sabes? Me acuesto con el pijama de franela que compramos hace años, todavía esta nuevo, y me hago un ovillo. Me abrazo yo mismo, porque tú no estás, y así me voy quedando dormido como puedo. Unas veces lo consigo y otras no desde luego.
De la casa poco te puedo decir porque no sé nada. Allí sigue cerrada como la dejé y no sé si el hijo de tu hermana Carmen se pasará por allí para darle una vueltecica de vez en cuando. Está toda nuestra vida dentro. Toda. Pero yo no puedo salir de aquí y además no me dejan. ¿Dónde voy yo solo a la casa? ¿Para qué voy a ir Finica? Pues prefiero que sea tu sobrino el que vaya y que por lo menos de una vuelta por si ha pasado algo. A mí la casa solo me recuerda a ti y a nuestra vida junticos. No tengo allí nada. Desde que te llevaron a Cuenca yo no tengo ganas de nada y menos de entrar en nuestra casa además de que está muy lejos de la residencia y no tengo forma de acercarme. Mejor así. ¿No te parece? Lo siento por las macetas que seguro se habrán “secao” y eso que tú tienes una manos maravillosas para las plantas pero mira no puede ser. Así que seguro que se han “estropeao” todas si tu sobrino no las riega.
Bueno Fina espero que estés bien. A ver si me escribes cuando tengas tiempo y te dejen. Me imagino que estarás todo el día liada en la cocina y trabajando como una más para atender a tanta gente pues si en esa residencia es como esta, pobretica mía el trabajo que tendrás. Pero de vez en cuando, en el momento que tengas cinco minutos, a ver si coges a alguien que sepa escribir y me mandas una carta contándome como te va la vida y como te tratan en la residencia. Seguro que habrá chicas muy simpáticas como aquí y si les pides que te escriban una carta lo hacen con todo el gusto del mundo.  Deseo que estés muy bien pues si estas en la cocina y con las manos que tienes para los guisos estarán encantados contigo. No trabajes mucho Fina. Ojala que no caigas mala de tanto trabajar y que puedas descansar pues ya no somos tan jóvenes nena. Cuídate mucho amor mío.
Un beso de este que te querrá siempre.
Tu Juan José 
Dobló el folio con manos temblorosas y lo metió en el sobre. Escribió la dirección y se fue hacia el mostrador de recepción donde se lo entrego a una de las chicas que atendían la Residencia.
La chica le dedicó una hermosa sonrisa y cogió con todo cariño la carta. No se preocupe Salvador, le dijo, que hoy mismo sale para Cuenca. Cuando él se dio la vuelta la guardó celosamente en un cajón y le dijo a su compañera:
“Ya ves, todo los días le escribe, todos los días. Ni uno solo ha dejado de hacerlo desde hace dos años por lo menos. Tengo en una cajita más de quinientas cartas como esta. Me niego a romperlas y las conservo como el mejor de los tesoros. El pobre hombre no recuerda nada y no sabe que su mujer murió hace ya tres años. Se cree que está en una Residencia de Cuenca. Maldito Alzheimer…”