domingo, 18 de septiembre de 2011

REFLEJOS DE FERIA

Ha llegado el final del mes de setiembre. El mes de los soles amarillos, el de las luces de la atardecida mas tibia, el que por aquí por estos lares llamamos el del "veranico de los membrillo"  cuyos calores finales son quizá mas rigurosos que los de meses precedentes. Es además el anuncio del final de un tiempo de veraneo, asueto y ocio, y el comienzo de otro en el que todo vuelve a la normalidad tras el obligado paréntesis vacacional. Es entonces y solo entonces cuando regresa, cada año, fiel a su compromiso con el calendario festivo esa vieja y siempre joven y renovada feria de Lorca.
 Y la torre alfonsí, señora de soledades, lo sabe y lo espera, por ello en las tardes septembrinas se adorna y acicala, se pone el sol por mantilla que cubre sus piedras desnudas y la luna por peineta, se perfuma con penetrante olor de los huertos cercanos y se empina sobre sus cimientos para asomarse entre el entramado de los tejadillos de la ciudad centenaria y contemplar con embeleso como todo se transforma gracias a la fiesta. Y este año mas que nunca después de tanto dolor y sufrimiento.
La torre centenaria contemplará solares donde otrora hubiera vida. Se asomará a San Diego, San Cristóbal o la Viña. Mirará las torres y campanarios dañados por los seísmos pero, desde lo alto del cerro milenario, mandará mensajes de esperanza a los hombres y mujeres que viven la feria en un dédalo de callejuelas transformadas en escenario propicio donde el reencuentro se hace más hermoso si cabe después de tantos llantos compartidos.
Y es que la Feria, tal como la entendemos los murcianos, no es otra cosa que un momento propicio, preciso y precioso, para dar rienda suelta a la ilusión, a la fantasía y ¿por qué  no? también para la nostalgia soñando con una juventud pasada y con la esperanza puesta en aquellos otros que ahora vienen a la vida con la confianza que también ellos, en un mañana cercano, tengan de la Feria los mismos bellos recuerdos que hoy tenemos los que peinamos canas.
Es en estos días de septiembre cuando la torre Alfonsí se asoma nostálgica también a las viejas arterias de la ciudad recuperando, por unas horas, la fastuosidad y el esplendor perdido en la noche de los tiempos. Lorca se transforma en escenario propicio para un cuento de las Mil y una Noches. La ciudad se mueve en una efervescencia incontrolada de alegría festiva y celebra como se merece la llegada de unas jornadas que a todos alegre. Ya habrá tiempo de volver a la rutina. Ya llegará el momento de reencontrarse con la cruda realidad. Ahora  toca el tiempo de la fantasía desbordada en aras de una fiesta siempre eterna.
Y allá abajo, en Santa Quiteria, en el Huerto de la Rueda, donde hasta hace muy poco en tiendas de campaña se daba cobijo a los que nada tienen pues todo lo perdieron tras la furia desatada de la tierra, allí mismo donde hubo lagrimas y sufrimientos, una ciudad de la ilusión y la fantasía se levanta año tras año para hacer felices a hombres y mujeres de todas las edades y de manera especial, a los mas pequeños.
 Es el efímero reino de la Montaña Rusa, el Látigo, los Coches de Choque, el Carrusel, el Tren de la Bruja, la Noria o los eternos Caballitos que nunca pueden faltar en una feria de atracciones que se precie. Junto a ellos, los de toda la vida, modernos artilugios hidráulicos que te sumergen en las mas arriesgadas empresas espaciales o en las aventuras mas atrevidas en el fondo del mar. No faltará en el recinto la Tómbola donde te puede tocar desde una bicicleta a un frigorífico pasando por el muñeco de moda, un televisor o un humilde y sencillo peine. Sin olvidarnos de la también eterna “muñeca chochona” que desde los altavoces anuncia una voz ronca y grave que ha venido vendiendo la misma mercancía por todas las ferias de la vieja España.
 Y todo ello amenizado por la música mas escuchada a lo largo del verano y que de tanto repetirla, la conocemos de memoria. Tampoco faltarán los puestecillos de juguetes, herederos de aquella tradición de “feriar” a la chiquillería cuando precisamente, los mas pequeños, esperaban estos días para conseguir tan preciada mercancía.
También encontraremos las casetas donde probar la puntería con una escopeta de aire comprimido, para intentar derribar con “perdigones” o tapones de corcho un mondadientes que sostiene, a duras penas, un botellín de coñac, anís o licor.
Pruebas de fuerza y destreza para colar aros por el cuello de las botellas. Otras  casetas donde se podran abatiar a pelotazos de trapo cualquier muñeco como blanco. Y también esas otras donde podremos degustar un trozo de turrón de almendra, de yema, de guirlache o esas riquísimas manzanas, que todos hemos comido alguna vez, cubiertas de dulce y empalagoso caramelo.
 En medio de toda esta vorágine festiva y bullanguera, en cualquier rincón de este mágico recinto, encontraremos un humilde puestecillo que nos ofrece las primeras “panochas” asadas a las brasas, el panzudo membrillo de los huertos cercanos o la bolsa de “jínjoles” maduros que, es tradición hacerlo, iremos saboreando mientras paseamos por el ferial.
 En este rincón de la fantasía y la ilusión todo tiene cabida, es el país encantado de la infancia que en él da rienda suelta a sus sueños y se siente feliz en su barahúnda, gozando el estrépito que producen al fundirse músicas, propagandas de altavoces, pitidos, sirenas y gritos de entusiastas gargantas infantiles que viven con cierto miedo sus primeras experirencias de aventuras al adentrarse en la negra boca del tunel del "tren de la bruja".
Y sobre los tejados de la ciudad que abraza y protege este recinto encantado se alza majestuosa y soberana la silueta iluminada de la torre Alfonsí que viste sus mejores galas en una noche de feria.  La luna baña de plata la escena y enjgua con su eterno pañuelo de seda el sufrimiento de las buenas gentes de Lorca que tienen la obligacion, hy mas que nunca, de vivir con ilusiones renovadas la Feria.
 Mientras un palio de estrellas cubre de misterio la noche y sirve de anuncio y pregón para un nuevo amanecer donde, Lorca, volverá a florecer entre naranjos y será perfumada de azahares al romper el alba que anuncia la vida nueva.
TODOS SOMOS LORCA.

1 comentario:

  1. Las ferias siempre han sido las fábricas de las ilusiones, sobre todo en los más pequeños, a pesar de que en ocasiones consiguen ilusionarnos hasta a los mayores.

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