sábado, 24 de septiembre de 2011

NOCHE DE OTOÑO

He apagado todas las luces. He desconectado el teléfono fijo de casa y también he hecho lo mismo con el móvil, esa maravilla de la tecnología, que me ha tenido enganchado al mundo exterior con no sé cuantos programas, internet, “guasap” e incluso navegador para no perderme. Delante de la pantalla del ordenador he abierto el “Word” y no se por donde comenzar la confesión. Llueve. Escucho el sonido monocorde de las gotas cayendo sobre el tejado.
Es madrugada. Silencio y soledad. Soledad y silencio. No puedo dormir. Las horas se desgranan en el reloj de mi vida lentamente. No, no es el reloj que llevo en la muñeca de mi brazo izquierdo. No, ese no es. Es otro. Es el reloj de arena que hipotéticamente tenemos asignados todos desde el primer día que nacemos. Mis granos van cayendo uno a uno desde la parte superior a la inferior y es imparable su caída. Nadie puede parar el incesante goteo. Nadie. Y cuando el último grano de arena caiga ya todo será pasado. “La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros ya no somos.” Es un hermoso pensamiento de Antonio Machado que un día leí en las memorias de este hombre extraordinario.
Soledad y silencio. Silencio y soledad. Entonces cuando la arena del reloj camina hacia la nada, la vida, te pasa por delante a modo de una vieja película en blanco y negro. Ves claramente errores y aciertos. Ves vacíos y desprecios. Te das cuenta de quién es tu amigo. Quien te ayuda. Quien no lo hace. Te ves en manos de un caprichoso destino que juega contigo y que no puedes hacer nada para impedirlo. Incluso llegas a verte como un niño desvalido y solo al que le falta la mano que guie sus pasos en este tortuoso caminar que todos tenemos que cruzar de una u otra manera. A la fuerza. Un camino que aunque alguna vez tenga rosas o flores, está marcado por cardos y espinos. ¿Para qué sirven las rosas si son solo un espejismo a la vista pues esconden sus espinas?
Es estos momentos, también, en el que te das cuenta de quién es cada uno de los que tienes más próximos y cercanos y qué lugar ocupan en tu corazón. Los que te ayudan; los que pueden hacerlo pero no lo hacen, los que se preocupan por ti, a los que no les preocupas nada, los que sufren a tu lado o los que incluso dicen que sufren pero les importas lo mismo que la caída de un rayo en alta mar. Los que van sin careta o los que la llevan de manera permanente. Pero eso sí, la pose, la mantienen hasta el final para intentar que vivas en el engaño. Hay de todo y para todos los gustos. Lo mismo que hay gentes, buenas gentes, sinceras que demuestran su amistad inquebrantable estando a tu lado en los momentos más duros y difíciles. Pero estos son los menos. Los otros se acercan atraídos por el brillo de tu nombre, tu posición social o lo que representas y cuando las luces dejan de brillar en tu particular firmamento y las tinieblas se acercan, salen huyendo buscando otros cielos donde las estrellas brillen con mayor fulgor. Las tuyas se están apagando.
La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas”  dijo Aristóteles. Siempre me gustó esta cita que nunca he olvidado como tantas y tantas otras que se han dicho y escrito sobre la amistad. Pero no es fácil ponerlo en práctica. Soledad y silencio. Silencio y soledad.
Has vivido en una nube. Te han hecho vivir en continuos espejismos y has caído en la trampa de los aduladores, los pretenciosos, los que te han utilizado y los que incluso te declararon un amor y fidelidad que en absoluto sentían.
 Amor ¿qué es el amor sino un espejismo más en la vida? Si no recuerdas la más ligera locura en que el amor te hizo caer, no has amado.” La frase no es mía. Mi imaginación no llega a tanto. Es de William Shakespeare y la leí en un librito sobre el amor que una vez me regalaron. No la he olvidado. Un librito que significó mucho para mí y que guardo como el mejor de los tesoros en un cajón de este escritorio. Uno de mis tesoros. Y en otro cajón, en el de mi alma, también guardo el amor que tengo hacia esa persona que nada ni nadie pudo borrar jamás. Fue un amor imposible. Mi gran tesoro.  Pero ¿para qué sirven los tesoros? ¿Para qué sirve un amor en el alma? Y esta noche, cuando el reloj de arena de la vida, sigue desgranando imparable el goteo de los granos te das cuenta que te quedan pocos. Que el final se acerca. Que todo ha llegado al punto de origen si es que por origen podemos situar ese momento que nadie recordamos y que marcó nuestro paso del otro lado hacia este mundo. El nacimiento.
Dice una vieja leyenda que, al comienzo, venimos con toda nuestra existencia grabada en una parte del  cerebro y que somos capaces de saber lo que ocurrirá en todos y cada uno de los días de nuestra vida pero, como eso sería para volvernos locos, un ángel llega hasta nosotros en el mismo momento de nacer y nos toca la frente con su dedo para borrar todo lo que llevamos escrito. Y lo consigue.
Pero el ángel que tenía que llegar en el instante de mi nacimiento no llegó o no hizo bien su trabajo. Él, que tenía  que borrarme todo lo que me ocurriría en mi pobre existencia, se le hizo tarde y por eso sé cuándo va a llegar el momento del final y cuando caerá la última gota de arena del viejo reloj de mi vida. Borró de la memoria experiencias y desengaños que, de haberlo sabido, no hubiera repetido tantas y tantas veces. Yo he tropezado en la misma piedra y así me ha ido siempre. Pero sin embargo retiró el dedo demasiado pronto de mi frente de recién nacido y no borró el momento de mi muerte. Ese que veo nítidamente que se acerca de manera inexorable.
Soledad y silencio. Silencio y Soledad. Son las horas de la alta madrugada y no puedo conciliar el sueño. Fuera llueve. Oigo caer el agua sobre el tejadillo de esta buhardilla que ha sido, desde siempre, mi refugio. Es otoño. El último grano del reloj de arena está cayendo. El ángel no borró ese dato de mi memoria. El momento ha llegado.

-En la semi penumbra de la habitación, donde únicamente se ven los reflejos de la pantalla del ordenador, un resplandor a modo de relámpago lo ilumina todo. Son décimas de segundo. Un estruendo, como un trueno, se escucha en el silencio y la soledad de la noche.  Su cabeza se desmorona rota en mil pedazos sobre el teclado y de su mano inerte cae al suelo una pistola.

2 comentarios:

  1. Soledad y silencio, silencio y soledad. Hermoso relato D Alberto

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  2. Nos sentimos protegidos cuando estamos rodeados de amigos y seres queridos, pero con el tiempo descubrimos que la soledad nos acompaña desde siempre, que vivimos cada cual nuestra ficticia obra de teatro en la sociedad para poder escapar de esta sensación de vacio.
    Pero es el miedo a afrontar la realidad el que nos aparta de nuestros sueños e ilusiones, y así, en esta comodidad costruimos nuestro futuro, con las decisiones que vamos tomando hoy.

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