viernes, 3 de junio de 2011

MADRE CORAJE. MUJER VALIENTE.

Ha llegado como todas las mañanas sonriente. Como tantas otras mañanas de los más de quince años que la conozco. Como todos los días, su primer saludo, es con una amplia sonrisa que le ilumina su cara todavía joven pero llena de arrugas que la vida y el destino le han ido marcando. Es una mujer vitalista, pese a lo que ha sufrido. Una persona que rezuma optimismo por todos los poros de su piel. Ha sufrido mucho en esta vida. Quizá demasiado. Separada de un marido que la maltrataba. Enganchado a la bebida le condujo por una senda peligrosa y como tantas otras parejas, por desgracia, rompieron su convivencia a base de palizas y desplantes. Pero ella le echó coraje a la vida. Mucho coraje.
Llegó a esta casa en la mitad de los años noventa cuando, mi empresa, contrató con la suya el tema de la limpieza de nuestras instalaciones. A las seis de la mañana, todos los días sin faltar uno, salvo quince en agosto, ella llega.  Rápidamente se pone su babi verde y comienza, hasta que llegan las compañeras, a limpiar papeleras, ordenar mesas, recoger chismes que siempre están por en medio pues, sabido es, que los periodistas y más en una redacción somos algo dejados en asuntos de orden. Pero ella, todos los días, todos, cuando entra por la puerta lo hace con una sonrisa en sus labios. Con un “buenos días” algo especial y con el optimismo a flor de piel. Para todos tiene una frase de ánimo. Se preocupa si nos ve serios o se interesa por nuestro trabajo del día anterior ya que, ella, siempre va con “sus pinganillos” puestos escuchando la que considera “su emisora”… Nos trata como una madre. Una madre “coraje” como ella es.
Recuerdo los pasados días, tristes jornadas, del terremoto de Lorca cuando estuvimos volcados todos con aquella ciudad y el primer día que me vio de nuevo en el despacho, aquella mañana, lo primero que hizo fue darme un cálido beso y un abrazo para decirme textualmente “que desgracia más grande Alberto, lo que habréis sufrido. Pero que orgullosa estoy de todos vosotros”… Así es ella. Así se siente ella. Es, desde luego, una más de nuestro equipo de trabajo. Menos mal, por cierto, que no sabe de internet, que no entiende de redes sociales y que seguro no leerá esto que escribo esta mañana en su honor. Porque si se enterara o alguien se lo dijera la tendríamos liada.
Esta mañana, este viernes, cuando ha llegado a nuestras instalaciones, de noche todavía en las calles de Murcia, nada más entrar por la puerta ha venido a mi despacho, ha entrado y con una alegría desbordante se ha acercado a mí, me ha dado un par de sonoros besos y con una risa nerviosa y orgullosa a la vez me ha dicho: “Alberto mi hija ya es médico. Ahora va a empezar el MIR. Quiere ser Neuróloga o Psiquiatra. Según le den los puntos”… y se le han llenado los ojos de agua cuando me lo contaba. Orgullo de madre. Orgullo de mujer que ha sacado a sus hijos adelante a golpe de escoba y fregona. De madrugones jamás recompensados. De lágrimas en soledad derramadas por un constante sufrimiento del que ha procurado dejar al margen a sus hijos. Uno por cierto, como las desgracias no vienen solas, interno en un establecimiento psiquiátrico fuera de Murcia. A lo mejor, por eso, la hermana quiere ser Psiquiatra. No lo sé.
Pero ella ha sido esa madre coraje que se ha quitado el pan de la boca para que sus hijos salieran adelante. Sé y me consta que no se ha comprado un traje, una camisa o un capricho pues había que “pagar” la carrera de su hija. Ha pasado penurias y estrecheces, ha sufrido lo indecible y todo le ha parecido poco para que pudiera estudiar una carrera. Su única salida nocturna, en toda su vida en todo el año, es cuando nuestra emisora organiza la cena de Navidad. Una noche especial pues es la única vez que la veo discretamente maquillada y vestida con exquisito gusto.
Una vez me dijo: “No quiero ver a mi hija con un borracho y mucho menos limpiando oficinas” Lo ha conseguido. Lo ha logrado. Han sido y son muchos madrugones, muchas horas pegada a la “escoba” como si aquella fuera su segundo brazo o una extensión de estos. Las lágrimas quedan atrás. Los malos tratos también. Los sufrimientos olvidados o al menos amortiguados por la grata noticia de ver a su hija con el título de su carrera de Medicina debajo del brazo. Ha merecido la pena. Orgullo de madre y de mujer.
No, ella, no me va a leer. Ni tampoco creo que nadie se lo llegue a decir nunca. Mejor así por supuesto. Pero yo quiero,  hoy, dejar patente mi admiración hacia esta mujer, hacia esta madre coraje a la que conozco más de quince años y con la que mantengo todos los días, mientras los demás duermen, conversaciones que me han ayudado muchísimo a conocerla más y mejor. A admirarla como madre ejemplar que ha dado, ella sí, su vida por la felicidad de sus hijos.
Enhorabuena por ese titulo de medicina. Enhorabuena por ser como eres. Enhorabuena por tu entrega y tu sacrificio. Gracias, amiga mía, por enseñarme lo que significa el sacrificio y por haberme dado una extraordinaria lección de vida. No importan tus moratones, aquellos que yo vi perplejo nada más conocerte. No importan tus lágrimas mientras pasabas la fregona en la vieja redacción. Atrás quedan tus sufrimientos y tus confidencias cuando me decías “Alberto, anoche llegó fatal y me tuve que ir a la calle” Lejos, muy lejos, ha quedado aquella mañana cuando me llevé un susto de muerte al entrar en la redacción y encontrarte recostada en el sofá tapada con tu abrigo. ¿Recuerdas que me pediste perdón por haberte venido a dormir a la emisora huyendo de los golpes? Si amiga mía, si. Todo ha quedado atrás. Lo has conseguido “Madre coraje” A golpe de fregona, escoba y recogedor, tu hija, la niña de tus ojos, ya es médico y para ti ha sido el mayor orgullo. La mejor recompensa.
Desde aquí mi homenaje. Mi admiración y mi profundo respeto. Madre coraje. Maravillosa mujer y mejor persona. Gracias por el ejemplo que me has dado durante todos estos años.
 Ya tienes una hija “con carrera” y que será “algo en la vida”… Cogerá la escoba, no te quepa duda, y la fregona estoy seguro. Aunque tú no quieras que lo haga. Pero será para arreglar su hogar, su casa,  que estará llena de felicidad con un hombre que la quiera y la respete. Ha tenido la extraordinaria lección de su madre. Gracias Lola. Un beso muy fuerte amiga mia.

miércoles, 25 de mayo de 2011

SUEÑOS DE INFANCIA

Todo empezó un dia que hicieron un viaje a la ciudad, con unos amigos. Estaban en aquel Centro Comercial que tanto llamaba su atención con luces de mil colores, banderitas, anuncios luminosos, tiendas, restaurantes, cafeterías y locales de ocio. Era la primera vez que, tras su llegada a Murcia, veían algo parecido. Alli en Ecuador, en su pueblo perdido, no habían visto jamás nada parecido. Eran muy humildes apenas si tenían dinero para salir adelante y conseguir el sustento para la familia. Por eso decidieron, animados por otros amigos que ya estaban en España, buscar un futuro mejor para ellos aunque se alejaran tanto de sus raíces.
Aquel Centro Comercial era el escaparate de la opulencia, el desarrollo, el lujo y porque no también de los caprichos. El pupitre estaba en una tienda de juguetes donde su hijo no paraba de curiosear, tocar y disfrutar con todo lo que tenia al alcance de la mano. Se encaprichó a primera vista. Lo quería para pintar, para hacer los deberes del cole, para tener sus cositas en aquellas cajoneras de colores. Quería aquello y no pensaba en ninguna otra cosa. Era su única ilusión. Pasó el tiempo y cuando se acercaba Navidad, el niño, dijo a los padres que le iba a pedir a Papa Noel aquel pupitre que vieron, meses antes, en el Centro Comercial.
Sus padres hicieron cuentas. Preguntaron precios en una tienda de artículos infantiles que había allí en Lorca y cuando supieron lo que costaba pensaron que con sus pobres salarios, ella limpiaba en una casa y él hacia faenas en todo lo que salía aguardando horas y horas en el Óvalo a que lo recogieran las “furgonetas” para ir al tajo, se dieron cuenta que era prácticamente imposible gastar tanto dinero en el capricho del niño. Pero recortando de aquí y de allí, echando más horas en el duro trabajo del campo, limpiando alguna escalera que otra o fregando suelos en mas de una oficina, consiguieron el dinero necesario para darle la sorpresa. El único capricho que el niño tenia. Ellos se habían sacrificado al máximo para que su hijo notara también las mejoras familiares en aquella tierra nueva donde el destino les había conducido para poder salir adelante. Una tierra de "leche y miel" como tantas veces habían leido en la Biblia.
La mañana de Navidad fue realmente inolvidable con aquel pupitre de color amarillo en mitad de la salita donde habían colocado también, un humilde y pequeño arbolito con luces que, días antes, adquirieran en una tienda de “chinos” donde los tenían a precios muy económicos. El niño tenia que notar que era Navidad y todo les parecía poco para hacerle vivir aquel ambiente. Cuando se levantó y lo vio allí su cara de felicidad emocionó a aquella pobre gente que tantas penurias y horas extras de trabajo había tenido que realizar para darle el capricho y hacerle feliz. El rostro asombrado del chiquillo y sus gritos de alegria fueron el pago, mas que justificado, a tantas horas de frio y desamparo para poder comprarlo.
Fue el miércoles 11 de mayo a las siete menos cuarto de la tarde. El niño estaba en casa con su madre. Él todavía no había vuelto del campo. La tierra tembló por segunda vez y lo hizo con una violencia inusitada. Ella había vivido algo similar hacía muchos años en su pueblito de Ecuador. Cogió al niño que estaba en su pupitre dibujando y rápidamente bajó las escaleras para salir a la calle y ponerse a salvo de los derrumbamientos que, en esos momentos, se producían en todas las casas cercanas. Aquel barrio lorquino de la Viña se había convertido en una trampa mortal e incluso hubo algún edificio que se vino al suelo de las sacudidas. El terremoto dejaba un rastro de desolación y muerte en una tranquila tarde de primavera. Polvo por todas partes, gritos de socorro, derrumbes, cascotes, coches aplastados y gentes corriendo, asustadas, en todas direcciones. Un caos.
Han pasado las horas. No puede dormir de nuevo esa noche. Su mujer en la litera abraza al niño que, desde las sacudidas, tiene pesadillas. No duerme bien, apenas come, se asusta ante cualquier ruido o cuando escucha las sirenas de bomberos y ambulancias se pone a gritar de miedo. La madre lo tiene todo el día pegado a ella pues, la reaccion del pequeño, es buscarle las piernas para abrazarse a ella y protegerse de sus propios fantasmas. Están siendo unas horas terribles tras el seísmo. Lo han perdido todo. Sus pobres enseres, sus ropas, sus escasas pertenencias han quedado atrapadas en una casa, que tenían alquilada, y a la que los técnicos han puesto ya un punto negro para que sea derribada. El edificio esta seriamente dañado y hay que tirarlo. No se puede volver a habitar. No le dejan entrar y ni siquiera acercarse a su calle. En aquella tienda de campaña que han montado los soldados españoles en el Huerto de la Rueda, se plantean su futuro y sobre todo volver al pueblito de Ecuador de donde nunca tenían que haber salido.
Pero su única preocupación aquella noche, lo que le mantiene despierto en las altas horas de la madrugada, es buscar la manera de poder acercarse a su casa en ruinas para recuperar aquel pupitre amarillo que es la única cosa que haría volver la sonrisa a la cara de aquel niño asustado.

(A todos los niños del barrio de la Viña (en Lorca-Murcia) victimas inocentes que, en unas horas terribles e inolvidables,  quedaron marcados por una tragedia y tuvieron que ver "cara a cara" ,pese a su inocencia, el dolor y la muerte)

jueves, 14 de abril de 2011

EL SANTUARIO

Las lágrimas aquel soleado dia de la primavera recién estrenada le impedían ver, en toda su plenitud, la belleza que le rodeaba. No obstante conocía el sitio de memoria. Sabía donde estaba cada paso del acantilado. El difícil acceso a la playa bajando entre las piedras de origen volcánico que formaban aquel saliente al Mediterraneo. Las quietas y cristalinas aguas que dejaban ver incluso el fondo y la vegetación, única, que crecía y vivía en aquel precioso enclave de la costa. Incluso, si estabas mirando fijamente al agua, veías pasar bandadas de peces de mil colores que hacia, de aquel remanso de paz, un lugar especial para la pesca submarina. Era además de los pocos sitios vírgenes que quedaban en el litoral y allí tenían ellos su refugio. Su santuario al amor.
Precisamente la conoció entre aquellos paisajes paradisiacos. Lo recuerda perfectamente aquella mañana del mes de abril. Iba con su “Nikon”, su bolsa y trípode haciendo fotografías del lugar para una publicación nacional que se lo había encargado. Él estaba allí, como tantas otras veces, con el caballete montado, el lienzo a medio pintar y la caja de utensilios apoyada en una de las rocas. En la mano la paleta y el pincel mas fino de trazo pues en ese momento, recuerda, estaba perfilando una nube que aquella mañana parecía salida del fondo del mar. Nunca distinguía la raya del horizonte pues el manto turquesa de cielo y mar se juntaban en el infinito sin saber donde empezaba uno y acababa el otro.
Entablaron conversación aquel primer dia. Dos seres solos en mitad de la naturaleza y emocionados por la belleza que les rodeaba. Hablaron del “foto periodismo” de pintura, de música, de teatro, de libros… parecían hechos el uno para el otro. Compartian gustos y aficiones. Tenian las mismas preferencias a la hora de disfrutar de los ratos de ocio y compartían el amor por el mar.  Al final de aquella jornada donde, incluso, compartieron bocadillos que habían preparado por separado lógicamente, llegaron a la conclusión que no se sentían extraños y que parecían conocerse de toda la vida. Dos corazones gemelos que se habian encontrado en mitad de la soledad mas absoluta.
Quedaron para el fin de semana siguiente. Y para el otro. Y otro mas… Despues vinieron los viajes por distintos lugares de la costa española. Recorrieron el Mediterraneo de parte a parte plasmando la belleza natural de cada rincon con inolvidables paréntesis de pasion y amor en la arena, en el mar y en mitad  de la naturaleza. Lo mismo dejaban hablar a sus cuerpos en una cala de las Islas del Egeo, que en una pension de mala muerte de Sicilia o buscándose con pasión sin limites en las limpias arenas de la Costa Azul. Ella con sus cámaras colgadas en la eterna mochila y el con un cuaderno de campo donde iba anotando a carboncillo paisajes y detalles que después llevaría al blanco lienzo. Pantalones vaqueros, camisas y camisetas y el mundo como unica meta. Hoy, aquel dia de abril, todavía puede saborear la sal en sus labios fruto de los apasionados besos de ella en mitad del mar jugando entre las olas o dejándose llevar sobre las ardientes arenas bajo el sol del estío.
Asi estuvieron cerca de cuatro años. Como el primer dia hasta que decidieron casarse. Lo hicieron en un pequeño juzgado de un partido judicial de la costa levantina y solo asistieron al enlace sus amigos mas próximos. Apenas catorce personas que después saborearon un riquísimo arroz con bogavante en un chiringuito junto al mar donde tantas veces, ellos mismos, había tomado una frugal ensalada y algun refresco antes de seguir con su trabajo.

Aquella mañana de abril, en la inmensa soledad de aquel acantilado del Cabo, pensaba en esos felices años de amor y complicidad que habían vivido juntos. De aquel periodo de compartir secretos y aficiones. De amor verdadero que da sin recibir nada a cambio. El recuerdo de una pulserita de cuero en el tenderete del Paseo Maritimo al pasear entre los puestos a la caída del sol. Morada y roja estaba trenzado era aquel trabajo artesano que siempre llevaba puesta en su muñeca desde aquel dia. O ella que siempre le buscaba la confitería mas típica de la zona para regalarle un dulce de aquellos lugares pues, a él, le volvían loco los pasteles.  Todo eran complicidades. El uno no sabia estar sin el otro. Compartian, como el decía, hasta el aire que respiraban.
Recordaba en aquel momento de amargura y soledad que, en aquella cala, se conocieron. Que el paisaje que tenía ante sus ojos fue el mismo que les encandiló cuando se vieron por primera vez. Que el acoso de las olas contra las milenarias piedras fue la banda sonora de la película de su vida. Que quizá algunas de aquellas aves que anidaban entre las rocas, fueron testigos de sus primeros besos. De sus primeras pasiones. De sus caricias. De sus complicidades.
Todo eso pasaba por su cabeza en aquel amargo momento cuando solo le envolvía la soledad. De vez en cuando el graznido de un ave que pasaba por encima de su cabeza o el sonido del mar, el mar siempre presente, rompiendo contra las rocas unos metros mas abajo.
Precisamente fue la misma noche de haber formalizado su unión en el pequeño juzgado de aquel pueblecito de pescadores. Bajaban del faro. Otro coche se les echó encima sin darle tiempo siquiera a esquivarlo. Fue como un relámpago la luz cegadora de unos faros que se le echaron encima. El trueno vendría segundos después al despeñarse su coche por aquel acantilado. El se había salvado pero ella quedo para siempre prisionera del mar y las rocas.
Aquella mañana del mes de abril, con la primavera recién estrenada, lloraba amargamente mientras esparcía sus cenizas en aquel santuario del mar donde se conocieron hacia cuatro años.
El Cabo sería desde aquel momento el más hermoso panteón que jamás tuviera una diosa en la tierra. Su santuario

miércoles, 6 de abril de 2011

UNA TARDE DE OTOÑO

Había salido de su despacho de la Facultad en aquellas horas imprecisas, cuando el sol ya se ha marchado por la raya del horizonte, y la oscuridad empezaba a hacerse dueña de la ciudad. Esos días de otoño le encantaban. Era profesor titular del área de Historia en la Universidad y la verdad que su vida, vacía en muchos aspectos, se centraba únicamente en la enseñanza y la investigación. Estaba casado desde hacía más de veinte años pero la rutina se había instalado desde hacía mucho tiempo en su vida y carecía de cualquier nexo de unión con su pareja. Una vida aburrida y rutinaria. No había dialogo ni comunicación. Solo los tres hijos eran el cordón umbilical que los mantenía todavía unidos. Tenían vidas separadas. A ninguno de los dos les importaba porque, ambos, desarrollaban tareas diferentes en la sociedad y apenas se veían al llegar la noche. La Historia ocupaba toda su vida y pasaba casi toda la jornada en la Facultad. Ella en el banco en el que ocupaba un alto puesto de responsabilidad.
La conoció en Twitter, una de las redes sociales que tan de moda se habían puesto. Comenzaron a cruzarse correos y así fue naciendo una amistad que cada día era más fuerte. Ella, también casada, bastante más joven que él era Analista de Sistemas en una importante multinacional. Vivian en distintas ciudades españolas. Mas de quinientos kilometros los separaban. Todo esto no fue obstáculo para que la amistad, primero, la confianza  y la relación diaria por medio de internet, después, fuera fraguando en ellos unos sentimientos que ninguno revelaba pero que tampoco escondían. Su correspondencia los delataba. Se contaban el día a día, sus problemas, sus alegrías y sus tristezas. Nunca habían hablado personalmente. Jamás. Ella nunca quiso darle su número de teléfono, él respetó en todo momento aquella decisión, porque no quería traicionar sus principios. Sin embargo, él, personaje popular y asiduo a tertulias literarias, conferencias y comparecencias en la Universidad, en el aula que dirigía, era conocido por ella que, incluso, encargaba a una amiga del departamento que le grabara sus intervenciones para escucharlas tranquilamente después en su casa en los pocos ratos que tenía de tranquilidad cuando se quedaba sola tras haber hecho sus  tareas domésticas y una vez que, Raul, su único hijo se había dormido. No tenía mayor problema en escuchar aquellas grabaciones pues su marido no se metía en nada de lo que ella hacía. Vivía en completa soledad pese a su compañía. Ese rato, por la noche, escuchando conferencias y clases del viejo profesor eran el combustible necesario para seguir adelante con su vida gris. Una viaje a lo sueños. Un vuelo sobre la miseria de la cruda realidad. Con eso tenia bastante.  Con eso era mas que suficiente. Pero nunca quiso llamarle por telefono pues tenía miedo de quedar enganchada a aquel amor que de repente, y sin aviso, habia llegado a su vida como un ciclon que todo lo arrasa. Se consideraba, pese a todo, demasiado debil para poder sobreponerse a su voz en directo por medio del telefono. Por eso nunca le dió su número aunque él se lo habia pedido. Por eso se negaba a cruzar aquella raya que era su propia barrera. Su unico obstaculo.
Aquella noche, camino de casa, él iba pensando precisamente en ella. En aquella hermosa relación que había nacido entre ambos. En las confidencias que se contaban todos los días. En sus correos electrónicos que, más que eso, eran verdaderas conversaciones para contarse al instante todo cuanto les pasaba. En esas estaba cuando le sonó el móvil. Lo sacó del interior de su chaqueta y vio que no conocía el número que parpadeaba en la pantalla. Descolgó y dijo: Hola, ¿Quién es?... no se escuchaba nada al otro lado de la línea. Volvió a insistir y entonces la escuchó a ella: ¿Joaquín? Soy Luisa… El corazón se le escapaba del pecho. Era ella. Por fin se habia decidido. Un sudor frío comenzó a recorrerle el cuerpo. Las manos le sudaban y  cuando iba a contestarle, sintió un dolor agudo en el costado.
 Al mismo tiempo alguien arrancó de sus manos, violentamente, el teléfono. La sangre comenzó a empapar primero su chaqueta y despues su camisa azul…. Se desplomó de dolor. Oyó gritos a su alrededor pidiendo socorro. Gente que acudió rápidamente a socorrerle. Alguien que pedía una ambulancia. Policia, gritaban otros….. El, tumbado en el suelo, lloraba amargamente. “Fíjense que dolor tiene que tener el pobre de la puñalada que le han dado para robarle el móvil. No para de llorar. Qué pena”…. Lo  que nadie supo jamás es que aquellas lágrimas solo las producía el dolor de no haber podido hablar con ella y que justo, en el momento que iba hacerlo después de tanto tiempo deseándolo, alguien le arrebató las ilusiones. Lo de menos era la puñalada que llevaba en el costado y la sangre que derramaba en la acera aquella noche de otoño.
Nunca mas volvería a escuchar aquella voz. Nunca mas. Cuando llegaron los servicios sanitarios para auxiliarle, él, ya no estaba alli.

miércoles, 30 de marzo de 2011

CINCUENTA PESETAS

Subía por las escaleras como todos los jueves desde hacía mas de seis meses. Aquella casa, oscura y húmeda de la calle Fuencarral, era como la boca de un dragón, inmenso dragón, que se tragaba su juventud nada mas atravesar la vieja portería. Una cueva Oscura, con los antiguos escalones de mármol medio rotos y desprendidos del suelo, la mayoría de ellos. Desconchones en las paredes, grietas, pintadas. Sin luz. Soledad y vacío. Todos los jueves sobre las cuatro y media, según le tenía dicho don Ginés, tenía que estar esperándole en el piso de doña Paquita. Aun recuerda la primera vez y la vergüenza que sintió nada mas empezar a subir aquellos escalones y que todavía hoy seguía sintiendo aunque hubieran pasado muchas semanas desde la primera vez.
Llamó, como siempre, haciendo sonar la campanita de aquella inmensa puerta de madera con la mitad de los floridos ribetes que la adornaban arrancados mostrando abiertamente la falta de rehabilitación del edificio que, según le dijeron, durante la guerra había sido una de las sedes de la CNT pero que tras la entrada de Franco, en aquel Madrid vencido, había vuelto a manos de sus antiguos propietarios. Mientras aguardaba que le abrieran la vieja puerta se quedó mirando, otro jueves mas, aquel medallón con la imagen de Jesucristo que con una mano bendecía al recién llegado y con la otro le mostraba el corazón fuera del pecho por encima incluso de la túnica. Todas las casas de "bien" estaban consagradas al Corazon de Jesus como, Franco, había hecho con España años antes en aquella ceremonia del Cerro de los Angeles. Seguía con la mirada fija en la imagen de laton del fundador del cristianismo.  Alrededor del óvalo que encerraba la figura del “Salvador” la leyenda: “Sagrado Corazon de Jesus. En vos confío” Ella ya no confiaba en nadie. Se había perdido para siempre e iba sin rumbo fijo en aquel Madrid con carteles de “Victoria”, el yugo y la flechas pintados por doquier, bombillas apagadas, cristales rotos, edificios con la marca de los proyectiles y el hambre en cada esquina.
Se acercaba doña Paquita. Oía arrastrar las desgastadas zapatillas de felpa en aquellos suelos a cuadros blancos y negros que se conocía de memoria. Nada mas abrirle la puerta la saludó con dos besos cariñosos en las mejillas y la invitó a pasar con la mejor de las sonrisas. En el viejo comedor, con olor a humedad, estaban alrededor de la mesa de camilla con el brasero calentando sus gruesas y viejas piernas doña Angelita, doña Chon, doña Eulalia y hasta el momento de levantarse para abrir la puerta doña Paquita que mientras limpiaban las lentejas para el dia siguiente, esparcidas como fichitas de juego diminuto sobre la manta cuartelera que servía de tapete, escuchaban silenciosas el capitulo de ese día de “Ama Rosa” La Radionovela que la Sociedad Española de Radiodifusion, ofrecía todas las tardes y que era seguida por millones de mujeres en aquella España vencida por la miseria y la soledad. Despues, como siempre, las cuatro rezarían el santo rosario y harían tiempo para que empezara el consultorio sentimental de doña Elena Francis en la misma emisora y ya, tras este, cada una a su casa y doña Paquita se quedaría sola en aquel caserón de Fuencarral pensando en no se sabe cuantas cosas mientras, ella sola, se bebía tres, cuatro o cuantas copas de coñac hicieran falta para irse a la cama caliente y sin pensar.
Como, doña Paquita no podía hablar en voz alta para no estorbar la audición del serial radiofónico, le susurró al oído que todo estaba  en el “cuartito”, asi lo llamaba, que había puesto una botellita de “anisete” como gustaba a don Gines y que había cambiado esa misma mañana las sabanas. Eso si, le recordó lo mal que estaba la vida y mas para una viuda como ella pero que menos mal, don Gines, era un caballero y siempre a final de mes le daba una ayudita para poder lavar tanta ropa. Que no estaba la vida para andar cambiando las sábanas todas las semanas.
Entró en el cuarto. Sin ventilación ni salidas al exterior. Oscuro, lóbrego, con las manchas de humedad y dejadez en la pared. Desconchada y con dibujos y frases todavía legibles de los ocupantes durante la guerra. Encendió la vieja lámpara de la mesita de noche, descosida y con los flecos medio rotos, se desnudó y se metió en la cama bajo la manta de cuadros rojos y verdes que, a modo de colcha, colocaba doña Paquita para recibir a huésped tan especial. Eso si, como siempre, se dejó puestos la combinación, sujetador y bragas pues ya le dijo que solo ponía dos condiciones: que no la vería nunca desnuda y que de besos en la boca ni uno. Se cobijó del frio de Madrid en la tarde de invierno y aguardó la llegada de aquella persona que, con falsas promesas, la había convertido en ese ser que le daba asco pero que, por Manolo, no tenia mas remedio que interpretar todas las semanas.
Al poco tiempo escuchó que se abría de nuevo la puerta del piso. Oyó sus voces en el comedor. Era don Gines que, como siempre, sin respetar el silencio de la novela, gastaba bromas a las cuatro vecinas: que si están ustedes maravillosas, que si son preciosas, que lastima que tenga a mi “bomboncito” esperando pues, de otra forma, iban ustedes entrando por cola, que si esto y que si aquello. Ellas, interrumpían el dialogo de aquellos actores radiofónicos, y correspondían igualmente con bromas a los requiebros de aquel hombre.
Entró en la habitación apenas sin poder respirar del esfuerzo de subir los cuatro pisos andando y sobre todo por su gruesa anatomía de hombre que no pasa hambre y que tiene cuanto se le antoja. Viejo abogado con mas de sesenta y cinco años. Bajito, calvo y grueso en demasía, la había recibido meses atrás en su despacho de la calle del Arenal donde había acudido por recomendación de la señora a la que limpiaba la casa. Se lo habían aconsejado pues, según decían, era el cuñado de un General de Estado Mayor y tenía enchufe en el Tribunal Militar que había de juzgar a su Manolo. Un hombre con muchos contactos en Madrid, le dijeron.
Manolo y ella estaban seis años casados. El era empleado del Matadero Municipal de Atocha y ella salió del pueblo, por primera vez, cuando viajó a aquella ciudad inmensa. Moza joven y guapa, simpática y afable se ganó pronto la amistad de todas las mujeres que vivian en aquella humilde barriada cerca de la vieja estación del ferrocarril. El único crimen que había cometido Manolo es que militaba en el Partido Socialista. Eso fue lo único que encontraron aquellos falangistas cuando pusieron su humilde casita patas arriba. Le abofetearon, le propinaron un brutal paliza y tuvo que contemplar, sujeto por tres de aquellos jóvenes guerrilleros, como otros dos, la violaban a ella repetidas veces mientras el pequeño Pablito, en su cunita, lloraba asustado por el escándalo. Nunca olvidará el llanto desconsolado de su hijo mientras aquellos dos salvajes hacían con ella todo cuanto se les antojaba y Manolo contemplaba la escena entre gritos y lamentos sujeto por otros dos y con un tercero apuntándole en la cabeza con la pistola. Después, cuando se cansaron de ella, desaparecieron y casi un año después supo, por una vecina, que su marido estaba en la cárcel donde la habían condenado a cadena perpetua. Ella le había dado por muerto y como viudad se comportaba todo aquel tiempo. Si bien nunca perdió la esperanza de que, su hombre, pudiera estar vivo en cualquier rincon de aquella España cuartelera.
Así fue como doña Carmen le recomendó visitar a don Ginés. El tenia mano en el Tribunal Militar y seguro que, yendo de su parte, se tomaría todo el interés del mundo. La primera tarde le atendió, la segunda empezó a insinuarse y la tercera ya, abiertamente, le estuvo palpando sin disimulo alguno el escote y los muslos. Si quería salvar a su marido tenía que ser cariñosa con él pues aquello no era fácil, de ninguna manera, y él no podía hacer mas de lo que estaba haciendo. Se estaba jugando su prestigio de abogado católico y de bien aparte de su matrimonio. Pues su mujer y su hijo mayor le preguntaban constantemente que interés tenía él por salvar a un “rojo de mierda” que solo merecía el fusilamiento. Asi que ella, tenia que ser comprensiva y cariñosa o de lo contrario veía a su marido, una madrugada, en las tapias de la Almudena con seis balas en el cuerpo y después arrojado a la fosa común donde haría compañía a todos los malnacidos republicanos que habían destrozado “su Madrid”. Asi comenzó el asedio. Una tarde tocamientos, otra una eyaculacion sin disimulo, una tercera la obligaba a que le acariciara su miembro erecto. Incluso una le obligó, sentada alli mismo en aquel viejo sillon de cuero descosido a que le hiciera una felacion a cambio de "firmar un papel" que llevaría esa misma noche a su cuñado para que, Manolo, saliera al mes siguiente del penal. Manolo no salió aquel mes, ni al otro ni al siguiente.
Como quiera que el despacho no era un sitio muy discreto, y el viejo era insaciable, fue cuando entró en escena el piso de Fuencarral de doña Paquita, vieja conocida cuyo marido fue cliente, y que le dejaba una discreta habitación a cambio de un billetito a final de mes para que pudiera hacer frente a los gastos. Así fue como todos los jueves, a las cuatro y media, ella se adentraba en aquella cueva para recibir los cada vez mas escasos empellones de aquel viejo gordo y de carnes fofas que, enseguida eyaculaba, se lavaba en la desconchada palangana y se despedía de ella con las mismas palabras: “Tranquila mujer, tranquila, que lo de tu Manolo va bien. Va muy bien. A ver si el próximo mes ya sabemos algo”… si estaba mas comunicativo, después de aquello le soltaba cualquier grosería pues, aunque ella se había acostumbrado ya y no le hacía ni caso, el solamente se excitaba llamándola puta, zorra, roja de mierda o perra en celo por falta de macho… A ella le daba lo mismo. Que acabara cuanto antes aquel suplicio y a la calle a respirar el aire del viejo Madrid con una semana de libertad por delante.
Aquella tarde, cuando terminaron, don Gines sacó su viejo monedero de piel de cocodrilo y tras buscar entre las monedas dejó sobre la mesita de noche un billete de cincuenta pesetas. Toma, le dijo, comprale algun capricho a Pablito que hoy he  ganado un caso muy viejo y me han dado unas cuantos miles de duros. Para que no digas que no soy considerado contigo y con tu hijo.
Cuando se marchó y se estaba vistiendo lloró emocionada al coger el billete que guardó, como el mas preciado de los tesoros, entre sus pechos magullados y mordidos por aquel ser asqueroso. Estaba próxima la Navidad y con aquel dinero compraría harina y huevos en el mercado negro. Unos limones para raspar su corteza y un poquito de canela. Le haría a Manolo un bizcocho como regalo de Navidad ya que iría, por esos días, a verle a la cárcel según le había prometido don Gines. Sería su mejor regalo pues seguro que, Manolo, no comería tampoco en la cárcel. Si sobraba algo de las cincuenta pesetas también buscaría galletas para Pablito y que notara que era la fiesta mas bonita del año. Pero lo primero que pensó fue en el bizcocho para su hombre e incluso donde se lo haría llegar: Una preciosa caja de carton, a modo de cofrecito, que le habia regalado el un dia con una bufanda en su interior y que habia comprado para que ella la conservara siempre y metiera alli sus recuerdos de vida en comun y de amor sin limite.
Al salir a la Gran Vía, con el sol perdiéndose por los edificios de la Plaza de España, mientras Madrid tinta sus cielos con ese azul que solo Velazquez supo plasmar con sus pinceles, en aquella ciudad “de luz invernal velazqueña", se topó de golpe con un gentío inmenso que aplaudía un desfile de falangistas, flechas y pelayos que en marcial formación por escuadras discurrían por la gran arteria de la capital. No podía pasar asi que no tuvo mas remedio que pararse en una acera apretada contra la pared mientras todo el mundo saludaba, brazo en alto, a las jóvenes promesas, valientes promesas, de la nueva España… entre los vitores, las palmas, y los gritos de euforia solo escuchó apenas una estrofa de aquello que cantaban….. “Arriba escuadras a vencer que en España empieza a amanecer”…. Al oir aquello, sin poderlo remediar, se orinó encima de miedo y el liquido caliente discurrió por entre sus piernas cayendo a los viejos adoquines de la Gran Via. Vino a su memoria aquella infame violación, las camisas azules, las botas y los correajes y aquella estrofa, mientras, arrastrándolo, se llevaban a su Manolo por entre el barro de la humilde barriada obrera y aquellos asesinos cantaban a voz en grito…”Arriba escuadras a vencer que en España empieza a amanecer”….  

domingo, 27 de marzo de 2011

CARRUSEL DE AUSENCIAS

Nos ha regalado la mañana, en Murcia, la primera jornada realmente de primavera. La estación recien estrenada. Cielos luminosos, sol y calor. Ambiente extraordinario para un domingo en el que, tambien, hemos estrenado nuevo horario acorde con el cambio que estamos disfrutando. Hemos domirdo una hora menos, pues esta madrugada pasada los relojes tuvimos que adelantarlos sesenta minutos, pero eso no ha sido obstaculo para que ocho mil ilusionados aficionados nos hayamos dado cita en las flamantes instalaciones del nuevo Estadio de la Condomina donde, por cierto, el Real Murcia ha ganado por cinco goles a cero al Ceuta. Glorias y miserias de la Segunda Division B donde, por desgracia, milita el club pimentonero. Pero este, desde luego, no es el motivo de mi historia de hoy.

He ocupado mi localidad, como todos los domingos desde hace tantos años, y al mirar hacia un lado del graderio he visto una escena que, sin quererlo, ha resucitado en mi imágenes y recuerdos que creía olvidados en el desvan de la memoria. Alli, ocupando tres butacas cercanas a mi localidad, se han sentado un abuelo, un padre y un niño de apenas ocho años. Sin proponerselo han abierto de par en par las ventanas del recuerdo y hoy, mi partido, ha sido un “Carrusel de Nostalgias” recordando una infancia que desapareció para siempre.

Finales de los años sesenta. Campo de la Condomina en la vieja y entrañable Puerta de Orihuela. Al lado mismo de la Plaza de Toros donde a sus corrales, por cierto, iban a parar los balones que despejaban con fuerza aquellos defensas y cuando no era por ese lado, los esféricos, salian por la grada lateral y entonces caian en los huertos de naranjos y limoneros que habia por ese lado donde años mas tarde se levantaría el llamado “Poligono de la Paz” Barriada obrera que el tardo franquismo nos vendió como la gran explosion urbanistica en aquella España en “blanco y negro”.
En aquellos viejos graderios, donde incluso se vendian localidades de lo que se llamaba “general de pie” debajo mismo del marcador y separados del resto por una humilde alambrada que la mayoria de la veces era insuficiente para frenar el impetu de los mas jóvenes que saltaban, sin apenas esfuerzo, para colocarse mas abajo en la grada lateral donde si habia asientos numerados. Esos viejos graderios,decia, donde he visto a nuestro Real Murcia jugar en Primera Division frente a los mas grandes. A veces era tal la afluencia de publico que se colocaban sillas alrededor del campo, en el cesped, y a nada que estiraras la pierna el Linier podia tropezar y caerse. No se necesitaban, ni falta hacía, las extraordinarias medidas de seguridad que con el tiempo se fueron implantando. Apenas media docena de Policias Armadas (conocidos como los grises) y los viejos voluntarios de Cruz Roja con su uniforme militar, su marcialidad, sus saludos cuarteleros y las viejas camillas de barras paralelas con una lona verde para evacuar del campo al jugador lesionado o al espectador indispuesto. Que de todo había en aquella “Viña del Señor” No faltaban, por supuesto, los vendedores de pipas, caramelos y “chicles Bazooka” (que ricos estaban aquellos chicles) que con una caja de madera cogida la cuello por una tira de cinta de persiana (sería para equilibrar peso y sujeccion) se paseaban por todo el graderio, como podian, voceando su mercancia. Ya, en los meses de mayo y junio se sumaban a estos los que con un cubo metalico, el plastico todavia no se veía tanto, ofrecian “Orange Cruchs” Pepsi Cola (mas introducida entonces que su competidora Coca Cola) y gaseosa “La Casera”. Todo ello fresquito pues iban en aquel cubo con hielo picado que previamente habian adquirido en las cámaras de la Cosechera o del mercado de Saavedra Fajardo.

Tardes de pasion y gloria con el Real Madrid, el Barcelona, el At de Madrid o el de Bilbao (que siempre gozó de gran numero de seguidores en la huerta de Murcia) Aquel entrañable equipo vasco de los Iribar, Saez, Echevarria, Aranguren, Igartua, Larrauri, Argoitia, Villar, Clemente y Rojo… aquel Atletic de Bilbao que en poster, coloreado, la fotografia en color era en aquellos años “cienca ficcion” tenia yo colocado en la habitacion de casa con el consiguiente disgusto de mi madre que nunca quiso que colgara nada en las paredes. Pero tambien, si aquellas eran tardes de pasion en las gradas, teniamos otras de apatía y aburrimiento cuando, el Real Murcia, andaba perdido por la segunda division o incluso en tercera (grupo XIII) donde el unico aliciente eran los cruces con el eterno rival, el Cartagena, el castizo “Efesé” de rayas albi negras que aseguraban el llenazo en la Condomina e incluso el gran negocio para los bares de toda la ciudad donde, desde primeras horas de la mañana, se veian a miles de seguidores de la Capital del Departamento Maritimo del Mediterraneo (que asi de pomposa y grandilocuentemente llamaban a Cartagena en aquella España militariza pues Franco la habia convertido, por su seguridad portuaria y sus instalaciones en la sede permanente de Capitanía General)

España en blanco y negro. Meriendas de “pan y chocolate” de tardes siguiendo a Juan de Toro desde Radio Madrid con el Carrusel Deportivo y mirando por todos los bares de la ciudad, al caer la noche, las pizarras expuestas en lugar visible donde los camareros apuntaban con tiza el resultado de los encuentros. Tardes del “Marcador Simultaneo”, pionera publicidad, donde a cada equipo se le asignaba una “marca conocida” y asi un Real Murcia, Zaragoza (pongo por caso) bien podria ser en aquel marcador un “Anis Castellana, Colchon Flex. Asi, el anunciante, se aseguraba que el aficionado tenia que preocuparse todas las semanas que equipo habia sido asignado a su producto…. Anis Castellana (el Anis de España) Colchones Pikolin (A mi plin, yo duermo en Pikolin) Coñac Fundador (que era “cosa de hombres”) O Colchon Flex (dijo Flex y se durmió) A nadie extrañe hoy la publicidad de los colchones pues en aquella España de la que hablamos, esos “colchones modernos y de muelles” eran cosa de ricos y si me aprietan una “modernez” o una excentricidad pues entonces dormiamos en lana y en muchos casos, los mas humildes, en colchones de borra que, por cierto, sudaban tinta china cuando nuestros abuelos querian darles la vuelta de tan hundidos que estaban.

Tarde de futbol en la Condomina. Unos domingos el Real Murcia y al domingo siguiente, que el titular del terreno de juego, tenia partido fuera de casa, tambien ibamos alli pues jugaba entonces el Imperial, viejo y entrañable equipo del castizo barrio del Carmen que militaba en la Tercera Division y que tenia numerosos seguidores tambien en aquella Murcia recoleta y provinciana.

Y como siempre, como cada domingo, las escenas se repetian. Bar de Julio en la calle de Victorio. Mi abuelo, mi padre y yo. Un carajillo para el mas mayor de los “Albertos” eso si, con coñac Siglo XIX que era una marca murciana, un café solo para mi padre y yo que no tenía edad para esas cosas esperando que acabaran las consumiciones para llegar, cuanto antes, al campo de futbol. Ya de camino, en el tostadero de Santa Eulalia,un cartucho de pipas que siempre pagaba mi abuelo. En aquellos años, las pipas, se compraban al peso y te las servian en cartuchos de papel de estraza… la España en “blanco y negro”.
Y asi un domingo, y otro, y otro mas hasta que la vida me fue quitando a los “Albertos” y me quedé solo para seguir acudiendo, domingo tras domingo, a soñar con los triunfos y sufrir con los fracasos del Club que, ellos, me hicieron amar desde que era apenas un niño.

Hoy, esta mañana, el Real Murcia ha vuelto a ganar. Sigue lider de grupo en la Segunda Division B. Han sido cinco los goles que le ha metido al Ceuta. Ahora bien no me pregunten nada del encuentro. No sé ni quien ha marcado siquiera porque hoy, en esta mañana de hermosa primavera, mi mente se ha cerrado al presente y ha viajado cuarenta años atrás cuando, cerca de mi, se han sentado un abuelo, un padre y un niño…. Yo tambien me he permitido viajar en el tiempo y me he vuelto a ver al lado de ambos pero ya sin que nadie me cogiera de las manos ni me dijera: “Nene ¿has visto que golazo?
Tampoco he comido pipas del tostadero en aquel cartucho de papel de estraza ni he escuchado la voz de mi padre diciendome: "Albertico vamos hijo que el abuelo ya estará esperandonos con el cafe"..... 

sábado, 12 de marzo de 2011

CAMBIO DE RUMBO

No reconoce aquel sitio donde está. No sabe qué ha pasado ni donde se encuentra ni tampoco que hace en aquella cama. Solo ve que se está lleno de cables, enganchado a maquinas desconocidas para él, con los brazos vendados y la cabeza también donde únicamente le han dejado la abertura de los ojos y la boca. Está completamente vendado. No tiene ni idea de por qué tiene  ese estado y porque está acostado en aquella cama.

Como era muy aficionado al mar, siempre decía en los últimos años refiriéndose a su vida, que su brújula particular le había cambiado el rumbo. Cuando alguien le preguntaba los motivos, por los cuales, estaba en aquel estado siempre contestaba lo mismo: “La brújula que me cambió el rumbo”… Era una persona influyente en su trabajo. Gozaba de una posición social extraordinaria y era reconocido por muchos de sus conciudadanos que veían, en él, un modelo a seguir por su entrega, trabajo y dedicación a los demás. Vivía bien, aunque el derrumbe de su matrimonio pocos lo conocían, pero de cara a la sociedad guardaban las apariencias y, en algunos casos, muchos les ponían como un claro ejemplo de felicidad y amor entre ambos. Todo era de “puertas hacia afuera” pues la verdad es que su vida, dentro de casa, era un caos y dormían incluso en camas separadas pues hacía mucho tiempo que el amor y la comunicación se había roto entre la pareja.
Pero nadie tenía porque conocer aquella intimidad suya y para todos vivía feliz y sin problemas aparentes. Hasta que se cruzó Sofía y “su brújula le cambió el rumbo” Se enamoró de ella perdidamente. Fue un amor a primera vista. Comenzaron a salir, a viajar los fines de semana, a compartir habitación en hoteles de una ciudad vecina ocultándose de la vista de todo el mundo. Citas clandestinas, cada vez más frecuentes, que hacían que aquel fuego del amor no se apagara sino que se fuera alimentando de continuo. Ella también estaba casada pero a ninguno de los dos le importaba. Vivian el momento de su amor inquebrantable y se encargaban, continuamente, de alimentarlo con muchas horas compartidas en secreto. Lejos de quedar como un capricho pasajero, aquel amor, se fue afianzando mas y mas cada día hasta que llegó el momento de irse a vivir juntos rompiendo con sus respectivas parejas. No fue fácil la decisión y por supuesto, aquella sociedad provinciana donde sus vidas se desarrollaban, no perdonaron que él, modelo de hombre integro y ejemplo para muchos, “se perdiera” de aquella manera por el amor de una mujer. Ella, por su parte, prestigiosa médico en un hospital de referencia de la zona también tuvo que soportar el peso de su decisión y más teniendo en cuenta que, su marido, era su inmediato superior en el equipo de Traumatología de aquel centro hospitalario.
Pese a todo, tomaron la firme decisión de hacer público su amor y de irse a vivir juntos. Él fue, entonces, cuando comenzó todos los trámites para la separación definitiva de su mujer cosa que, ella, siempre demoraba. Así estuvieron viviendo durante casi un año hasta que, una tarde, al volver al apartamento antes de la hora prevista, la encontró en la cama con su marido. Ella estaba de nuevo con él. Aquello fue un impacto tan fuerte que no supo cómo reaccionar y abandonó aquel apartamento donde, durante tanto tiempo, había vivido momentos inolvidables de felicidad junto a ella. Todo se había perdido. Su “brújula le había cambiado el rumbo”.
Los acontecimientos se precipitaron. La empresa quebró y se encontró en la calle. La sociedad, aquella sociedad provinciana y atrasada, caduca y trasnochada, no le perdonó aquel desliz en su vida matrimonial. Ya era el mismo. Se le cerraron las puertas y la gente, los que antes le adulaban, ahora pasaban por su lado sin tan siquiera saludarle. Era un perdedor. Cuando mas agobiado estaba, y prácticamente en la calle, la Justicia puso en marcha su pesada y lenta maquinaria. Los abogados de su ex mujer le destrozaron y el juez les dio la razón. Era él quien había abandonado el hogar y el que había cometido toda suerte de infidelidades. Tuvo que dejar el piso, que pasó a propiedad de ella, pero tenía que seguir haciendo frente a la costosa hipoteca. La manutención de sus dos hijos, la pensión y la ayuda para estudios al ser menores de edad. El coche también para ella y el apartamento en la playa. En fin absolutamente todo. Y la prohibición, incluso, de acercarse a la que era su casa y a sus hijos sin expreso consentimiento de ella. Todo estaba perdido. Definitivamente “su brújula le había cambiado el rumbo”
No le quedó otra salida. Estaba en la más cruda indigencia y optó por abandonar aquella ciudad provinciana donde se ahogaba y fue a perderse entre los millones de personas que pueblan la capital. Buscó trabajo, algo muy difícil con sus cincuenta y ocho años. Pidió limosna y vivió de albergue en albergue. De todos le echaban cuando pasaba el tiempo y no encontraba nada donde ganarse el sustento. Lo mismo descargaba camiones en el mercado de Legazpi, que limpiaba cristales en los semáforos de Atocha o pedía limosna en los soportales de la plaza Mayor a los miles de turistas que, diariamente, transitan por aquel emblemático lugar del viejo Madrid de los Austrias. De esquina en esquina y de portal en portal. Aquel hombre importante, aquel ser envidiado por la sociedad de su ciudad, aquel triunfador era ahora una piltrafa que vivía de la caridad, se vestía con ropas que le proporcionaban en Cáritas y mal comía de lo que encontraba en contenedores a las puertas de los supermercados. Alimentos caducados o estropeados para la venta. Cuando algún compañero de desventuras le preguntaba por su vida anterior siempre les decía lo mismo: “Mi brújula me ha cambiado el rumbo”

En todo eso está pensando cuando entra en aquella habitación una enfermera. Le cambia uno de los goteros que tiene enganchados a sus brazos vendados, le pasa la mano por la cara, por las vendas de la cara, y le dedica una sonrisa. ¿Cómo te encuentras Enrique? No puede articular palabra y hace una mueca aunque los vendajes, con toda seguridad, impiden que ella pueda darse cuenta. Le  duele todo y le tira la piel muchísimo. Está en ese estado de semi inconsciencia en el que le han sumido los calmantes. No sabe que hace allí ni donde está.
Solo recuerda, de vez en cuando, que todo sucedió en un segundo. Apenas sin darse cuenta. Hacía mucho frio aquella noche. Llovía con fuerza. Encontró abierto aquel cajero de Cajamadrid y se metió en su interior. Se tumbó en el suelo y se puso por almohada el viejo chaquetón. Se tapó con la vieja manta que siempre llevaba consigo y cuando iba a coger el primer sueño solo recuerda que se abrió de golpe el cajero, que entraron cuatro, cinco o seis personas. El liquido mojando todo su cuerpo y las llamas que le envolvieron. No recuerda más. Estaba ardiendo y salió a la calle para tirarse sobre un charco e intentar sofocar aquella antorcha en la que se había convertido. Es lo único que recuerda de aquella noche. Bueno, si, y también aquellas palabras entre fuertes risotadas… “Ahí tienes fuego para calentarte viejo de mierda. Vete de España hijo de puta”