miércoles, 6 de abril de 2011

UNA TARDE DE OTOÑO

Había salido de su despacho de la Facultad en aquellas horas imprecisas, cuando el sol ya se ha marchado por la raya del horizonte, y la oscuridad empezaba a hacerse dueña de la ciudad. Esos días de otoño le encantaban. Era profesor titular del área de Historia en la Universidad y la verdad que su vida, vacía en muchos aspectos, se centraba únicamente en la enseñanza y la investigación. Estaba casado desde hacía más de veinte años pero la rutina se había instalado desde hacía mucho tiempo en su vida y carecía de cualquier nexo de unión con su pareja. Una vida aburrida y rutinaria. No había dialogo ni comunicación. Solo los tres hijos eran el cordón umbilical que los mantenía todavía unidos. Tenían vidas separadas. A ninguno de los dos les importaba porque, ambos, desarrollaban tareas diferentes en la sociedad y apenas se veían al llegar la noche. La Historia ocupaba toda su vida y pasaba casi toda la jornada en la Facultad. Ella en el banco en el que ocupaba un alto puesto de responsabilidad.
La conoció en Twitter, una de las redes sociales que tan de moda se habían puesto. Comenzaron a cruzarse correos y así fue naciendo una amistad que cada día era más fuerte. Ella, también casada, bastante más joven que él era Analista de Sistemas en una importante multinacional. Vivian en distintas ciudades españolas. Mas de quinientos kilometros los separaban. Todo esto no fue obstáculo para que la amistad, primero, la confianza  y la relación diaria por medio de internet, después, fuera fraguando en ellos unos sentimientos que ninguno revelaba pero que tampoco escondían. Su correspondencia los delataba. Se contaban el día a día, sus problemas, sus alegrías y sus tristezas. Nunca habían hablado personalmente. Jamás. Ella nunca quiso darle su número de teléfono, él respetó en todo momento aquella decisión, porque no quería traicionar sus principios. Sin embargo, él, personaje popular y asiduo a tertulias literarias, conferencias y comparecencias en la Universidad, en el aula que dirigía, era conocido por ella que, incluso, encargaba a una amiga del departamento que le grabara sus intervenciones para escucharlas tranquilamente después en su casa en los pocos ratos que tenía de tranquilidad cuando se quedaba sola tras haber hecho sus  tareas domésticas y una vez que, Raul, su único hijo se había dormido. No tenía mayor problema en escuchar aquellas grabaciones pues su marido no se metía en nada de lo que ella hacía. Vivía en completa soledad pese a su compañía. Ese rato, por la noche, escuchando conferencias y clases del viejo profesor eran el combustible necesario para seguir adelante con su vida gris. Una viaje a lo sueños. Un vuelo sobre la miseria de la cruda realidad. Con eso tenia bastante.  Con eso era mas que suficiente. Pero nunca quiso llamarle por telefono pues tenía miedo de quedar enganchada a aquel amor que de repente, y sin aviso, habia llegado a su vida como un ciclon que todo lo arrasa. Se consideraba, pese a todo, demasiado debil para poder sobreponerse a su voz en directo por medio del telefono. Por eso nunca le dió su número aunque él se lo habia pedido. Por eso se negaba a cruzar aquella raya que era su propia barrera. Su unico obstaculo.
Aquella noche, camino de casa, él iba pensando precisamente en ella. En aquella hermosa relación que había nacido entre ambos. En las confidencias que se contaban todos los días. En sus correos electrónicos que, más que eso, eran verdaderas conversaciones para contarse al instante todo cuanto les pasaba. En esas estaba cuando le sonó el móvil. Lo sacó del interior de su chaqueta y vio que no conocía el número que parpadeaba en la pantalla. Descolgó y dijo: Hola, ¿Quién es?... no se escuchaba nada al otro lado de la línea. Volvió a insistir y entonces la escuchó a ella: ¿Joaquín? Soy Luisa… El corazón se le escapaba del pecho. Era ella. Por fin se habia decidido. Un sudor frío comenzó a recorrerle el cuerpo. Las manos le sudaban y  cuando iba a contestarle, sintió un dolor agudo en el costado.
 Al mismo tiempo alguien arrancó de sus manos, violentamente, el teléfono. La sangre comenzó a empapar primero su chaqueta y despues su camisa azul…. Se desplomó de dolor. Oyó gritos a su alrededor pidiendo socorro. Gente que acudió rápidamente a socorrerle. Alguien que pedía una ambulancia. Policia, gritaban otros….. El, tumbado en el suelo, lloraba amargamente. “Fíjense que dolor tiene que tener el pobre de la puñalada que le han dado para robarle el móvil. No para de llorar. Qué pena”…. Lo  que nadie supo jamás es que aquellas lágrimas solo las producía el dolor de no haber podido hablar con ella y que justo, en el momento que iba hacerlo después de tanto tiempo deseándolo, alguien le arrebató las ilusiones. Lo de menos era la puñalada que llevaba en el costado y la sangre que derramaba en la acera aquella noche de otoño.
Nunca mas volvería a escuchar aquella voz. Nunca mas. Cuando llegaron los servicios sanitarios para auxiliarle, él, ya no estaba alli.

No hay comentarios:

Publicar un comentario