jueves, 14 de abril de 2011

EL SANTUARIO

Las lágrimas aquel soleado dia de la primavera recién estrenada le impedían ver, en toda su plenitud, la belleza que le rodeaba. No obstante conocía el sitio de memoria. Sabía donde estaba cada paso del acantilado. El difícil acceso a la playa bajando entre las piedras de origen volcánico que formaban aquel saliente al Mediterraneo. Las quietas y cristalinas aguas que dejaban ver incluso el fondo y la vegetación, única, que crecía y vivía en aquel precioso enclave de la costa. Incluso, si estabas mirando fijamente al agua, veías pasar bandadas de peces de mil colores que hacia, de aquel remanso de paz, un lugar especial para la pesca submarina. Era además de los pocos sitios vírgenes que quedaban en el litoral y allí tenían ellos su refugio. Su santuario al amor.
Precisamente la conoció entre aquellos paisajes paradisiacos. Lo recuerda perfectamente aquella mañana del mes de abril. Iba con su “Nikon”, su bolsa y trípode haciendo fotografías del lugar para una publicación nacional que se lo había encargado. Él estaba allí, como tantas otras veces, con el caballete montado, el lienzo a medio pintar y la caja de utensilios apoyada en una de las rocas. En la mano la paleta y el pincel mas fino de trazo pues en ese momento, recuerda, estaba perfilando una nube que aquella mañana parecía salida del fondo del mar. Nunca distinguía la raya del horizonte pues el manto turquesa de cielo y mar se juntaban en el infinito sin saber donde empezaba uno y acababa el otro.
Entablaron conversación aquel primer dia. Dos seres solos en mitad de la naturaleza y emocionados por la belleza que les rodeaba. Hablaron del “foto periodismo” de pintura, de música, de teatro, de libros… parecían hechos el uno para el otro. Compartian gustos y aficiones. Tenian las mismas preferencias a la hora de disfrutar de los ratos de ocio y compartían el amor por el mar.  Al final de aquella jornada donde, incluso, compartieron bocadillos que habían preparado por separado lógicamente, llegaron a la conclusión que no se sentían extraños y que parecían conocerse de toda la vida. Dos corazones gemelos que se habian encontrado en mitad de la soledad mas absoluta.
Quedaron para el fin de semana siguiente. Y para el otro. Y otro mas… Despues vinieron los viajes por distintos lugares de la costa española. Recorrieron el Mediterraneo de parte a parte plasmando la belleza natural de cada rincon con inolvidables paréntesis de pasion y amor en la arena, en el mar y en mitad  de la naturaleza. Lo mismo dejaban hablar a sus cuerpos en una cala de las Islas del Egeo, que en una pension de mala muerte de Sicilia o buscándose con pasión sin limites en las limpias arenas de la Costa Azul. Ella con sus cámaras colgadas en la eterna mochila y el con un cuaderno de campo donde iba anotando a carboncillo paisajes y detalles que después llevaría al blanco lienzo. Pantalones vaqueros, camisas y camisetas y el mundo como unica meta. Hoy, aquel dia de abril, todavía puede saborear la sal en sus labios fruto de los apasionados besos de ella en mitad del mar jugando entre las olas o dejándose llevar sobre las ardientes arenas bajo el sol del estío.
Asi estuvieron cerca de cuatro años. Como el primer dia hasta que decidieron casarse. Lo hicieron en un pequeño juzgado de un partido judicial de la costa levantina y solo asistieron al enlace sus amigos mas próximos. Apenas catorce personas que después saborearon un riquísimo arroz con bogavante en un chiringuito junto al mar donde tantas veces, ellos mismos, había tomado una frugal ensalada y algun refresco antes de seguir con su trabajo.

Aquella mañana de abril, en la inmensa soledad de aquel acantilado del Cabo, pensaba en esos felices años de amor y complicidad que habían vivido juntos. De aquel periodo de compartir secretos y aficiones. De amor verdadero que da sin recibir nada a cambio. El recuerdo de una pulserita de cuero en el tenderete del Paseo Maritimo al pasear entre los puestos a la caída del sol. Morada y roja estaba trenzado era aquel trabajo artesano que siempre llevaba puesta en su muñeca desde aquel dia. O ella que siempre le buscaba la confitería mas típica de la zona para regalarle un dulce de aquellos lugares pues, a él, le volvían loco los pasteles.  Todo eran complicidades. El uno no sabia estar sin el otro. Compartian, como el decía, hasta el aire que respiraban.
Recordaba en aquel momento de amargura y soledad que, en aquella cala, se conocieron. Que el paisaje que tenía ante sus ojos fue el mismo que les encandiló cuando se vieron por primera vez. Que el acoso de las olas contra las milenarias piedras fue la banda sonora de la película de su vida. Que quizá algunas de aquellas aves que anidaban entre las rocas, fueron testigos de sus primeros besos. De sus primeras pasiones. De sus caricias. De sus complicidades.
Todo eso pasaba por su cabeza en aquel amargo momento cuando solo le envolvía la soledad. De vez en cuando el graznido de un ave que pasaba por encima de su cabeza o el sonido del mar, el mar siempre presente, rompiendo contra las rocas unos metros mas abajo.
Precisamente fue la misma noche de haber formalizado su unión en el pequeño juzgado de aquel pueblecito de pescadores. Bajaban del faro. Otro coche se les echó encima sin darle tiempo siquiera a esquivarlo. Fue como un relámpago la luz cegadora de unos faros que se le echaron encima. El trueno vendría segundos después al despeñarse su coche por aquel acantilado. El se había salvado pero ella quedo para siempre prisionera del mar y las rocas.
Aquella mañana del mes de abril, con la primavera recién estrenada, lloraba amargamente mientras esparcía sus cenizas en aquel santuario del mar donde se conocieron hacia cuatro años.
El Cabo sería desde aquel momento el más hermoso panteón que jamás tuviera una diosa en la tierra. Su santuario

2 comentarios:

  1. El amor es lo mas maravilloso de este mundo, no se puede vivir sin él, relato impresionante, cuando en el encuentras semejanzas, con la única diferencia que mi egoísmo me lleva a no ser yo el que sienta esa soledad. Gracias Alberto por encontrar en tu relato que lo mas hermoso es vivir por y para tu amor y cuando esto es recíproco, ¡estás en la gloria!

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