miércoles, 25 de mayo de 2011

SUEÑOS DE INFANCIA

Todo empezó un dia que hicieron un viaje a la ciudad, con unos amigos. Estaban en aquel Centro Comercial que tanto llamaba su atención con luces de mil colores, banderitas, anuncios luminosos, tiendas, restaurantes, cafeterías y locales de ocio. Era la primera vez que, tras su llegada a Murcia, veían algo parecido. Alli en Ecuador, en su pueblo perdido, no habían visto jamás nada parecido. Eran muy humildes apenas si tenían dinero para salir adelante y conseguir el sustento para la familia. Por eso decidieron, animados por otros amigos que ya estaban en España, buscar un futuro mejor para ellos aunque se alejaran tanto de sus raíces.
Aquel Centro Comercial era el escaparate de la opulencia, el desarrollo, el lujo y porque no también de los caprichos. El pupitre estaba en una tienda de juguetes donde su hijo no paraba de curiosear, tocar y disfrutar con todo lo que tenia al alcance de la mano. Se encaprichó a primera vista. Lo quería para pintar, para hacer los deberes del cole, para tener sus cositas en aquellas cajoneras de colores. Quería aquello y no pensaba en ninguna otra cosa. Era su única ilusión. Pasó el tiempo y cuando se acercaba Navidad, el niño, dijo a los padres que le iba a pedir a Papa Noel aquel pupitre que vieron, meses antes, en el Centro Comercial.
Sus padres hicieron cuentas. Preguntaron precios en una tienda de artículos infantiles que había allí en Lorca y cuando supieron lo que costaba pensaron que con sus pobres salarios, ella limpiaba en una casa y él hacia faenas en todo lo que salía aguardando horas y horas en el Óvalo a que lo recogieran las “furgonetas” para ir al tajo, se dieron cuenta que era prácticamente imposible gastar tanto dinero en el capricho del niño. Pero recortando de aquí y de allí, echando más horas en el duro trabajo del campo, limpiando alguna escalera que otra o fregando suelos en mas de una oficina, consiguieron el dinero necesario para darle la sorpresa. El único capricho que el niño tenia. Ellos se habían sacrificado al máximo para que su hijo notara también las mejoras familiares en aquella tierra nueva donde el destino les había conducido para poder salir adelante. Una tierra de "leche y miel" como tantas veces habían leido en la Biblia.
La mañana de Navidad fue realmente inolvidable con aquel pupitre de color amarillo en mitad de la salita donde habían colocado también, un humilde y pequeño arbolito con luces que, días antes, adquirieran en una tienda de “chinos” donde los tenían a precios muy económicos. El niño tenia que notar que era Navidad y todo les parecía poco para hacerle vivir aquel ambiente. Cuando se levantó y lo vio allí su cara de felicidad emocionó a aquella pobre gente que tantas penurias y horas extras de trabajo había tenido que realizar para darle el capricho y hacerle feliz. El rostro asombrado del chiquillo y sus gritos de alegria fueron el pago, mas que justificado, a tantas horas de frio y desamparo para poder comprarlo.
Fue el miércoles 11 de mayo a las siete menos cuarto de la tarde. El niño estaba en casa con su madre. Él todavía no había vuelto del campo. La tierra tembló por segunda vez y lo hizo con una violencia inusitada. Ella había vivido algo similar hacía muchos años en su pueblito de Ecuador. Cogió al niño que estaba en su pupitre dibujando y rápidamente bajó las escaleras para salir a la calle y ponerse a salvo de los derrumbamientos que, en esos momentos, se producían en todas las casas cercanas. Aquel barrio lorquino de la Viña se había convertido en una trampa mortal e incluso hubo algún edificio que se vino al suelo de las sacudidas. El terremoto dejaba un rastro de desolación y muerte en una tranquila tarde de primavera. Polvo por todas partes, gritos de socorro, derrumbes, cascotes, coches aplastados y gentes corriendo, asustadas, en todas direcciones. Un caos.
Han pasado las horas. No puede dormir de nuevo esa noche. Su mujer en la litera abraza al niño que, desde las sacudidas, tiene pesadillas. No duerme bien, apenas come, se asusta ante cualquier ruido o cuando escucha las sirenas de bomberos y ambulancias se pone a gritar de miedo. La madre lo tiene todo el día pegado a ella pues, la reaccion del pequeño, es buscarle las piernas para abrazarse a ella y protegerse de sus propios fantasmas. Están siendo unas horas terribles tras el seísmo. Lo han perdido todo. Sus pobres enseres, sus ropas, sus escasas pertenencias han quedado atrapadas en una casa, que tenían alquilada, y a la que los técnicos han puesto ya un punto negro para que sea derribada. El edificio esta seriamente dañado y hay que tirarlo. No se puede volver a habitar. No le dejan entrar y ni siquiera acercarse a su calle. En aquella tienda de campaña que han montado los soldados españoles en el Huerto de la Rueda, se plantean su futuro y sobre todo volver al pueblito de Ecuador de donde nunca tenían que haber salido.
Pero su única preocupación aquella noche, lo que le mantiene despierto en las altas horas de la madrugada, es buscar la manera de poder acercarse a su casa en ruinas para recuperar aquel pupitre amarillo que es la única cosa que haría volver la sonrisa a la cara de aquel niño asustado.

(A todos los niños del barrio de la Viña (en Lorca-Murcia) victimas inocentes que, en unas horas terribles e inolvidables,  quedaron marcados por una tragedia y tuvieron que ver "cara a cara" ,pese a su inocencia, el dolor y la muerte)

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