viernes, 27 de julio de 2012

LA NOCHE OLIMPICA



Sentado en aquel sillón de alto respaldo y mullido asiento, era su favorito, asistía esa noche a la sesión inaugural de los Juegos Olímpicos de Londres 2012. La televisión ofrecía bellísimas imágenes en las que intentaba concentrarse pero era imposible pues, su mente, lo transportaba sin querer a otras ceremonias. A otros juegos, a otras retransmisiones como aquella pero muy distintas y diferentes. Es algo inevitable pero, al vivir acontecimientos de esa categoría, todos pensamos en otros similares que ya quedaron atrás en el tiempo pero que, sin quererlo, cobran vida propia en casos muy concretos. Revivimos otros actos similares. Otras veladas iguales e intentamos recordar como fueron aquellas en comparación con estas.

Eso le pasaba a él esa noche. Por mucho que intentaba concentrarse en la ceremonia inaugural de Londres su mente volvía continuamente hacia atrás y le hacía vivir, con toda la amargura de la felicidad perdida, otras noches idénticas que quedaron marcadas para siempre en su cansado corazón.

Le vino a la cabeza la inauguración de los Mundiales de Futbol de España del año 82. Aquel verano ya lejano en el tiempo pero muy vivo en sus recuerdos. Se acordó de “Naranjito” la mascota de aquel acontecimiento que, al principio, fue muy criticada y sin embargo pese a los años transcurridos todo el mundo la recuerda con muchísimo cariño incluso se convirtió, por derecho propio, en la mascota más conocida mundialmente de todas cuantas han tenido los mundiales.

Pero su mente no estaba en Naranjito precisamente. Su mente estaba en Lola, la persona que más había querido en la vida, y que dos años después de aquellos mundiales que ganaron los italianos, recuerda al Presidente Sandro Pertini, celebrando los goles en el palco junto al Rey de España, dos años después de aquel acontecimiento a Lola le diagnosticaron el cáncer de mama y al poco tiempo le dejaba solo. Tenía a sus hijos, si, pero Lola se había ido para siempre. Aquel dolor jamás tuvo cura y fue como un mazazo a su vida. Como si con ella se hubiera ido para siempre su juventud, su alegría y sus ganas de vivir.

Viendo la ceremonia de Londres recordaba aquel 13 de junio de 1982, como era el día de su santo, Lola, había invitado a toda la familia a ver la ceremonia allí en su casa. Lola guapísima. Con un vestido de flores, su negro pelo suelto en media melena que le caía como una cascada de ébano sobre sus hombros hermosos y la sonrisa siempre en la cara con aquellos dos hoyuelos que le aparecían en las mejillas cuando se reía, que era siempre, y que le enamoraron desde el primer día. Estaban sus hijos, todavía pequeños con 15 y 13 años. Sus cuñados, sus hermanas, sus primos… en fin más de treinta personas para celebrar San Antonio y ver aquel acontecimiento único para España.

Dejó de pensar, intentó no emocionarse, y se centró de nuevo en la ceremonia de Londres. Preciosa sin duda. Llena de color, de variedad, de fantasía. Pero su mente de nuevo le jugó una mala pasada y lo transportó a las Olimpiadas de Barcelona.

Aquella noche, era el día de Santiago el 25 de julio, su hermana se empeñó en que fuera a la playa para verla allí en su casa de Lo Pagan en el Mar Menor. No tenía ganas, pues desde que Lola lo dejó y sus hijos se fueron haciendo mayores, su soledad era más grande cada día y se encerró en un círculo de hermetismo y silencio. Pero a regañadientes aceptó la invitación ya que solo estaban ella y su cuñado. Se fue aquella tarde a la playa y vivió con ellos, los tres solos, toda la emoción de aquella ceremonia inolvidable. Incluso, hoy, todavía recuerda la emoción cuando el arquero disparó su flecha para encender el pebetero olímpico…. Imágenes grabadas para siempre en su mente cansada y fatigada. Pero le faltaba Lola. Ya en esa cita olímpica, delante de la televisión, estaban los tres solos. Sin su mujer, sin sus hijos. Sin nadie. Su hermana y su  cuñado se tenían el uno al otro pero él no tenía a nadie.

Siguen apareciendo en la pantalla del televisor grupos de animación, de teatro, llega la Reina, hay música cohetes y fanfarrias. Londres es una fiesta. Pero su corazón, esa noche, llora las ausencias y se encuentra mas solo y mas fatigado que nunca. Intenta enderezarse en su sillón preferido. Un amigo le dice algo, pero él no hace caso. No atiende a lo que le dicen pues su mente está demasiado atrás en el tiempo y tampoco quiere compartir con nadie sus bellos recuerdos. Está más solo que nunca pese a estar rodeado de gente.

Aquella noche, el salón, está abarrotado de gente y todos asisten sin pestañear al acontecimiento de los Juegos Olímpicos. Los mira a todos pero no los ve. Se fija en ellos y piensa si en sus mentes también estarán apareciendo los recuerdos felices vividos. Intenta concentrarse en la televisión pero no puede. Mira a unos y otros. Los ve reír y hablar entre ellos. Comentar las imágenes y hacer gestos de admiración cada vez que algo les llamaba su atención. Animadas charlas que, seguramente, mantienen para no caer en la nostalgia y la tristeza, pensó él.

Esta muy cansado esa noche. Ya no puede más. Se levanta del sillón con no pocas dificultades y dice en voz alta: “Señores hasta mañana. Buenas noches”  Alguno le contestó, otros le dijeron que no se fuera tan pronto a dormir, que se quedara a  ver el desfile de los atletas, a ver la bandera de España… pero él, con una forzada sonrisa, les dijo que no. Que estaba muy  cansado y que no aguantaba mas. Que se iba a la cama.

Lo que no imaginó ninguno de sus compañeros en la Residencia de Ancianos de San José y María Auxiliadora es que era la última vez que verían a Antonio con vida. A la mañana siguiente, sábado 28 de julio, viendo que no bajaba al desayuno una auxiliar fue a buscarlo a la habitación y lo encontró muerto sobre la cama. Tenía un rictus de alegría en su rostro surcado por mil arrugas y en una mano apretada, sobre su pecho, una fotografía de una guapa mujer, su Lola, que debido al “rigor mortis” de sus miembros no pudieron, ni quisieron, quitarle de las manos.

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