sábado, 26 de febrero de 2011

UN DIA CUALQUIERA

Camino de casa, con la música de Enrique Bunbury puesta en el CD del coche, iba pensando que precisamente en un concierto del músico aragonés se habían conocido. A ambos les encataban los temas de este nuevo álbum y se conocían de memoria todos los anteriores. Aquella primera noche, cuando se conocieron, la pasaron hablando de la vida y música de su particular ídolo. Incluso sabían, ambos, la primera actuación con apenas doce años de edad cuando tuvo su primera guitarra. Sus composiciones, su música, su estilo, tuvieron mucha culpa en aquel amor que había surgido a primera vista.

Iba pensando en todo eso en mitad del caos de tráfico que tenia la ciudad a aquellas horas de la noche cuando comercios y locales comerciales cerraban sus puertas y las gentes volvían a su casa en busca del merecido descanso. También estaba deseando llegar pues había sido una jornada especialmente agotadora. El trabajo en la redacción, la elaboración de las noticias, las reuniones de apertura y cierre, las discusiones con los compañeros, el estrés diario, todo se acumulaba a esas horas cuando ya la noche llegaba y se daba cuenta que había estado mas de diez horas dependiendo del ordenador, la noticia de portada o el concejal de turno que se lamentaba porque, el periódico, no había reflejado realmente lo que él había declarado en el Pleno Municipal.
Si, eran jornadas agotadoras y estaba deseando llegar para descansar. Entrar en aquella pequeña fortaleza, su particular Castillo, donde quedaba libre de presiones y de agobios laborales. Era el refugio de los dos. Aquello lo llamaban cariñosamente el “santuario del amor” donde no tenia cabida nada ni nadie que viniera a importunar las horas del merecido descanso.

Le estaba esperando. Un suave beso en los labios y una tierna caricia fueron la bienvenida al coqueto apartamento que habían alquilado en una de las modernas urbanizaciones que rodean la ciudad. Cambiaron impresiones, mientras se desnudaba. Se fue a la ducha. Todas las noches pasaba largos ratos bajo el chorro de agua tibia que recorría su cuerpo como una caricia más. Aquel “bautismo” que suponía ese rato intimo era como el renacer a la vida. Aquellos chorros reparadores se llevaban, desagüe abajo, las tensiones acumuladas en aquellas agotadoras jornadas.
Se puso el viejo chándal, al que le tenía un cariño especial, y fue a la cocina donde ya tenían preparadas las bandejas para la cena. Una ensalada  variada, un sándwich de York y queso fresco y una pieza de fruta. Las dos copas de agua y una botella de marca embotellada que era la que, tradicionalmente, siempre compraban en el supermercado, los sábados por la mañana, cuando ambos iban a hacer juntos la compra para toda la semana.

Tras la cena devolvió las bandejas a la cocina y se pusieron cómodos en el sofá para ver una película... A ambos les gustaba el cine español. Un punto más de union entre ambos. Como también lo era la música de los grandes compositores Albeniz, Falla, Granados, Turina, Rodrigo que habitualmente, los fines de semana, sonaba continuamente en el equipo del apartamento.
Para la velada de aquel día eligieron “Asignatura Pendiente” La conocían de memoria pero les gustaba ver, juntos, las películas que antes por separado habían visto. Tras su visionado, siempre, charlaban largo rato sobre los recuerdos que el film había despertado en cada uno de ellos.

Aquella de José Luís  Garci, tenía un atractivo especial. ¿Quién no tiene en esta vida una asignatura por aprobar? ¿Quién no  tiene algo pendiente con la vida? La historia de aquellos años de la Transición, con el despertar tras la larga pesadilla de cuarenta años de represión, fue una época llena de ilusiones. El protagonista, magníficamente interpretado por José Sacristán, era aquel abogado laboralista, rojo y perdedor, que un día se encuentra de casualidad con ella, una bellísima Fiorella Faltoyano, amor de juventud en la facultad, y hoy pequeña burguesa que tiene todos los caprichos que le marido le da pero que le falta lo fundamental: el amor.
Aquella relación prohibida, aquel encuentro con el amor perdido, aquellos años de esperanzas y zozobras en los que se basa la historia de Garci, les gustaba especialmente y ambos no dijeron nada a lo largo de la hora y media que duraba la película. Empapándose de la historia. Recordando, también ellos, sus errores y sus anteriores amores fallidos. Sus desencuentros. Su falta de felicidad. Sus frustraciones. Pero hoy, y  gracias a aquel concierto, todo había quedado atrás y la realidad era distinta, diferente. Plena de felicidad.

Juntos en el sofá estuvieron viendo la película. Se dejaba acariciar el pelo pues le encantaba que se lo hicieran y aquellas muestras de cariño le transportaban a un estado de placidez difícil de conseguir de cualquier manera. Instalados en las caricias y en el silencio. Escuchando “el silencio” aunque las voces de los diálogos y la banda sonora de aquella vieja cinta se interpusiera entre ellos. Pero no importaba. Estaban instalados en el silencio donde solo el lenguaje de las manos, los labios y las caricias tenían razón de ser.

Aquella noche no hablaron de la película. Aquella noche, tras un día agotador, solo querían descansar y buscar el cobijo de las sabanas para buscarse con ternura y dormir abrazados, juntos, pegados en un solo cuerpo. En un lazo indisoluble que solo el amor había unido y que solo ellos eran capaces de mantener bien prieto. Un lazo de felicidad completa que solo se consigue en las pequeñas cosas, en los detalles del día a día, en los momentos más inesperados.
Se acostaron, y como siempre, se abrazaron con toda la ternura de la que eran capaces. Entonces fue cuando Ramón le dijo: ¿Sabes Alfonso que eres la persona más maravillosa que he conocido? Alfonso le besó tiernamente en los labios y, ambos, abrazados se entregaron al sueño tras un prólogo de caricias donde solo hablaron el lenguaje del amor. El único que ambos conocían a la perfección.




ANOTACION AL MARGEN: ¿A que hubiera dado igual que los protagonistas se llamaran Javier y Cristina?  Ponga el desconocido lector los nombres que desee a los protagonistas porque, los nombres, no alteran para nada el contenido de esta historia.

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