Sentado
en aquel sillón de alto respaldo y mullido asiento, era su favorito, asistía
esa noche a la sesión inaugural de los Juegos Olímpicos de Londres 2012. La televisión
ofrecía bellísimas imágenes en las que intentaba concentrarse pero era
imposible pues, su mente, lo transportaba sin querer a otras ceremonias. A
otros juegos, a otras retransmisiones como aquella pero muy distintas y
diferentes. Es algo inevitable pero, al vivir acontecimientos de esa categoría,
todos pensamos en otros similares que ya quedaron atrás en el tiempo pero que,
sin quererlo, cobran vida propia en casos muy concretos. Revivimos otros actos similares. Otras veladas iguales e intentamos recordar como fueron aquellas en comparación con estas.
Eso
le pasaba a él esa noche. Por mucho que intentaba concentrarse en la ceremonia
inaugural de Londres su mente volvía continuamente hacia atrás y le hacía
vivir, con toda la amargura de la felicidad perdida, otras noches idénticas que quedaron marcadas para siempre en su cansado corazón.
Le
vino a la cabeza la inauguración de los Mundiales de Futbol de España del año
82. Aquel verano ya lejano en el tiempo pero muy vivo en sus recuerdos. Se
acordó de “Naranjito” la mascota de aquel acontecimiento que, al principio, fue
muy criticada y sin embargo pese a los años transcurridos todo el mundo la
recuerda con muchísimo cariño incluso se convirtió, por derecho propio, en la
mascota más conocida mundialmente de todas cuantas han tenido los mundiales.
Pero
su mente no estaba en Naranjito precisamente. Su mente estaba en Lola, la
persona que más había querido en la vida, y que dos años después de aquellos
mundiales que ganaron los italianos, recuerda al Presidente Sandro Pertini,
celebrando los goles en el palco junto al Rey de España, dos años después de
aquel acontecimiento a Lola le diagnosticaron el cáncer de mama y al poco
tiempo le dejaba solo. Tenía a sus hijos, si, pero Lola se había ido para siempre.
Aquel dolor jamás tuvo cura y fue como un mazazo a su vida. Como si con ella se
hubiera ido para siempre su juventud, su alegría y sus ganas de vivir.
Viendo
la ceremonia de Londres recordaba aquel 13 de junio de 1982, como era el día de
su santo, Lola, había invitado a toda la familia a ver la ceremonia allí en su
casa. Lola guapísima. Con un vestido de flores, su negro pelo suelto en media
melena que le caía como una cascada de ébano sobre sus hombros hermosos y la
sonrisa siempre en la cara con aquellos dos hoyuelos que le aparecían en las
mejillas cuando se reía, que era siempre, y que le enamoraron desde el primer
día. Estaban sus hijos, todavía pequeños con 15 y 13 años. Sus cuñados, sus hermanas,
sus primos… en fin más de treinta personas para celebrar San Antonio y ver
aquel acontecimiento único para España.
Dejó
de pensar, intentó no emocionarse, y se centró de nuevo en la ceremonia de
Londres. Preciosa sin duda. Llena de color, de variedad, de fantasía. Pero su
mente de nuevo le jugó una mala pasada y lo transportó a las Olimpiadas de
Barcelona.
Aquella
noche, era el día de Santiago el 25 de julio, su hermana se empeñó en que fuera
a la playa para verla allí en su casa de Lo Pagan en el Mar Menor. No tenía ganas, pues desde
que Lola lo dejó y sus hijos se fueron haciendo mayores, su soledad era más
grande cada día y se encerró en un círculo de hermetismo y silencio. Pero a
regañadientes aceptó la invitación ya que solo estaban ella y su cuñado. Se fue
aquella tarde a la playa y vivió con ellos, los tres solos, toda la emoción de
aquella ceremonia inolvidable. Incluso, hoy, todavía recuerda la emoción cuando
el arquero disparó su flecha para encender el pebetero olímpico…. Imágenes grabadas
para siempre en su mente cansada y fatigada. Pero le faltaba Lola. Ya en esa
cita olímpica, delante de la televisión, estaban los tres solos. Sin su mujer,
sin sus hijos. Sin nadie. Su hermana y su cuñado se tenían el uno al otro pero él no tenía a nadie.
Siguen
apareciendo en la pantalla del televisor grupos de animación, de teatro, llega
la Reina, hay música cohetes y fanfarrias. Londres es una fiesta. Pero su corazón,
esa noche, llora las ausencias y se encuentra mas solo y mas fatigado que
nunca. Intenta enderezarse en su sillón preferido. Un amigo le dice algo, pero
él no hace caso. No atiende a lo que le dicen pues su mente está demasiado atrás
en el tiempo y tampoco quiere compartir con nadie sus bellos recuerdos. Está más
solo que nunca pese a estar rodeado de gente.
Aquella
noche, el salón, está abarrotado de gente y todos
asisten sin pestañear al acontecimiento de los Juegos Olímpicos. Los mira a
todos pero no los ve. Se fija en ellos y piensa si en sus mentes también estarán
apareciendo los recuerdos felices vividos. Intenta concentrarse en la televisión
pero no puede. Mira a unos y otros. Los ve reír y hablar entre ellos. Comentar
las imágenes y hacer gestos de admiración cada vez que algo les llamaba su atención.
Animadas charlas que, seguramente, mantienen para no caer en la nostalgia y la
tristeza, pensó él.
Esta
muy cansado esa noche. Ya no puede más. Se levanta del sillón con no pocas dificultades y
dice en voz alta: “Señores hasta mañana.
Buenas noches” Alguno le contestó,
otros le dijeron que no se fuera tan pronto a dormir, que se quedara a ver el desfile de los atletas, a ver la
bandera de España… pero él, con una forzada sonrisa, les dijo que no. Que
estaba muy cansado y que no aguantaba
mas. Que se iba a la cama.
Lo
que no imaginó ninguno de sus compañeros en la Residencia de Ancianos de San
José y María Auxiliadora es que era la última vez que verían a Antonio con
vida. A la mañana siguiente, sábado 28 de julio, viendo que no bajaba al
desayuno una auxiliar fue a buscarlo a la habitación y lo encontró muerto sobre
la cama. Tenía un rictus de alegría en su rostro surcado por mil arrugas y en
una mano apretada, sobre su pecho, una fotografía de una guapa mujer, su Lola, que
debido al “rigor mortis” de sus miembros no pudieron, ni quisieron, quitarle de
las manos.
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