La literatura popular
murciana, del siglo XIX, recoge un sencillo cuento para narrar el
comportamiento de la Madre naturaleza que tantas y tantas veces, desde tiempos
inmemoriales, ha sembrado de muerte y desolación estas tierras fértiles que
riega el Segura y sus afluentes. El cuento es muy sencillo a la vez que muy
gráfico. Estaba el Padre Dios en la Gloria y llama a las nubes para ver el
trabajo que habían realizado durante todo el verano en el mundo. Las que tenían
encomendados los cielos de España cuentan que han estado en Valencia,
Barcelona, Bilbao, Extremadura, Sevilla, Canarias, Valladolid, Madrid… en fin
toda la geografía peninsular pero, de pronto, el Padre Dios, dice bastante
enfadado: “¿Y ninguna ha ido a Murcia? Sois unas irresponsables. Se arma el
revuelo en las salas celestiales y, las nubes, ante semejante enfado del
Creador le dicen: Ahora mismo vamos…. Y todas juntas vienen a Murcia
descargando toda su agua sobre los pobres murcianos…..
Esto que no deja de ser
un cuento infantil relatado, imagino, por aquellos viejos y entrañables
maestros a los niños, de los humildes caseríos huertanos, de aquella España de
miserias para que entendieran de alguna manera las continuas riadas otoñales no
deja de tener su verdad y su fundamento. En llegando el traicionero otoño los
cielos se conjuran para traer la desolación a estas tierras murcianas.
Es lo que ocurrió el
pasado viernes 28 de septiembre de 2012. Una fecha que difícilmente olvidaran
los vecinos de la Comarca del Guadalentín
pues sumadas a las incontables pérdidas materiales tenemos que sumar las
humanas, infinitamente más importantes. Hoy en toda la Comunidad ondean las
banderas a media asta y lo harán durante tres días en señal de luto oficial. Es
lo mínimo. Se han suspendido fiestas, conciertos, verbenas, desfiles de
carrozas y todo tipo de actos festivos. La Región de Murcia, desde luego, no
está para fiestas.
Lorca, la bella ciudad
capital del Guadalentín, en apenas dieciséis meses ha vuelto a ser sacudida por
la naturaleza. Si aquel fatídico 11 de mayo de 2011, cuando los terremotos, fue
la ciudad la gran perjudicada ahora ha sido su ubérrima vega y sus campos. Sus pedanías
y diputaciones. Se han perdido todas las cosechas. Se han ahogado miles y miles
de animales de todas las especies pues, en la ganadería, tiene uno de los
puntales de su economía. Se han arrasado las cosechas. Se han derrumbado naves
industriales y lo que el jueves 27 era vida, además con la alegría de la Feria
anual, unas horas después todo perecía bajo la fuerza desatada de las aguas
que, desde Puerto Lumbreras, vertieron millones de litros sobre todo el Valle. Dicen
los expertos que se han recogido tres veces más litros que en la trágica riada
de Santa Teresa, el 15 de octubre de 1879, hasta ahora una de las más
destructivas que recuerda la historia de Murcia.
Es cierto que el Plan
de Avenidas ha paliado, en parte, lo que podía haber sido de no existir las
modernas canalizaciones y planes defensivos. Faltaría más. Pero al igual que cuando
el terremoto, la naturaleza, ha dejado al descubierto la “chapuza” y la falta
de previsión. Si cuando la tierra tembló, los edificios de la Viña y San
Fernando en la ciudad de Lorca, dejaron al descubierto que las medidas anti sísmicas
había fallado o no se habían llevado a la práctica, ahora han sido las modernas
vías de comunicación las que han caído como un castillo de naipes ante la
virulencia de las aguas.
Alguien tendrá que dar
explicaciones. Urgentemente. Para mañana es tarde. La Ministra de Fomento en su
visita ayer a la zona afectada prometía una investigación de su Ministerio
para depurar responsabilidades. No me lo creo doña Ana. Con todo respeto, no me
lo creo. Pero no porque sea usted, sino de nadie. He perdido la fe en la clase política
y precisamente, a raíz de los terremotos de Lorca, dejé de tenerla y les
prometo que me gustaría conservarla.
No es de recibo que la autovía
A-7 y la autopista AP-7 se vengan abajo como si fueran de papel. Alguien hizo
las cosas mal hechas. Y esto hay que aclararlo. Desde la Administración del
Estado o desde la Regional. Me da lo mismo. Pero es gravísimo que modernas
construcciones que, hasta hoy, no habían sufrido la fuerza de la naturaleza se
vengan abajo en un abrir y cerrar de ojos. No entra en cabeza sensata. ¿Acaso
se caen en otros lugares de España? ¿Acaso se vienen abajo en las catástrofes
naturales que sacuden el viejo mapa del mundo? Siempre nos toca a los
murcianos. Somos las víctimas de los chapuceros o “la tonta del bote”.
Ya está bien de
lamentaciones. De llorar, de lamernos las heridas. Ya está bien de soportar
palabras vacías que se dicen delante de los ataúdes (terremotos y riadas) para
que luego cada cual vuelva a lo suyo y Murcia siga siendo la gran olvidada. La
abandonada. La tierra de Jauja, para algunos chapuceros aprovechados, donde los
edificios no soportan un movimiento sísmico de 5.1 o las autopistas y autovías se
vienen abajo como si fueran de corcho a la primera gota fría que descarga con
virulencia.
Y que conste que no lo
digo yo solo. Al fin y al cabo yo no soy nadie. Solo un espectador de lo que ha
ocurrido. Lo dicen los profesionales. En la ciudad de Portugal, esta semana, en
el Congreso Internacional de Ingeniería Sísmica, los expertos, han llegado a la
conclusión que en la Viña y San Fernando, de Lorca, las construcciones no
contemplaron el inmenso peligro que supone la ciudad sobre la falla, maldita
falla. Se hicieron sin tener en cuenta el alto riesgo que supone Lorca a la
que, por cierto, han calificado de “Caja de resonancia” de la falla de Alhama.
Ahora las autopistas y autovías.
Vaya Murcia. Pobre Murcia. De nuevo ayer, sábado, viví las escenas repetidas de
nuestros políticos de hace dieciséis meses. Caras largas, rostros tristes,
lagrimas incluso, apretones de manos, abrazos y promesas. Todo eso está muy
bien en el momento de la tragedia y ante cámaras y micrófonos de medio mundo.
Pero cuando el barro se seque, Dios dirá.
Y como he comenzado con
un cuento popular huertano, termino con un no menos viejo refrán de estas
tierras nuestras: “El muerto al hoyo y el vivo al bollo” por muy triste y duro que
nos parezca.
No se puede decir más alto y más claro.
ResponderEliminar¡Completamente de acuerdo, hermano!
Jesús Fco. Álvarez