jueves, 5 de enero de 2012

AQUELLAS NOCHES DE INOCENCIA

Quiero tener insomnio. Quiero volver a estar pendiente de cualquier ruido que se cuele, en el silencio de la noche, para escuchar sus pisadas. Quiero “verlos” pasar por delante del cristal esmerilado de la vieja puerta del comedor. Quiero “escuchar” incluso el ruido de los camellos cuando se quedaban, esperando, debajo de mi ventana en aquella castiza calle de Victorio, en el barrio de San Lorenzo. Quiero volver a imaginar que imagino. 

Eran noches interminables. Noches largas y sin fin cuya vigilia empezaba, incluso, en los primeros días del año y que se manifestaba con todo su nerviosismo en la del día cinco después de ver la cabalgata por las calles de la ciudad. Siempre igual, siempre lo mismo. El paso majestuoso de Melchor, Gaspar y Baltasar por las viejas calles de aquella Murcia recoleta y provinciana a lomos de caballos, la gran mayoría de los años, de esa “España en blanco y negro” de mi infancia. 







Después a tomar un chocolate en “El Santos” detrás mismo de Antonio Zamora en pleno corazón de la Platería. Pasar, de nuevo, por el Bazar Murciano repleto de personas que, incluso, hacían cola a sus puertas o delante de los mostradores de madera que se colocaban en la recoleta plazuela hoy llamada de Joufré. En mi imaginación, en mis fantasías, no llamaba la atención por supuesto que aquella gente “estuviera comprando juguetes” de ultima hora. Para nada. 
Pasar por allí era acercarse, unas horas antes, al soñado paraíso de un hermoso amanecer del día siguiente donde, yo, podría disfrutar de todo cuanto había pedido a Sus Majestades en una carta plagada de faltas de ortografía y que, como siempre, habíamos ido a entregar al “Cartero Real” de La Alegría de la Huerta o Almacenes Coy… El Corte Ingles, en Murcia, era ciencia ficción y Galerías Preciados tardaría todavía varios años en instalar su primera “gran superficie” en la Plaza de Cetina. 

Era, a partir de entonces, una larga noche. No, no había televisión. Llegó, al menos a mi casa, muchos años después y cuando ya la inocencia había desaparecido. Solo estaba la radio. Ocupaba lugar de privilegio en la sala de estar, no podía ser de otra manera, la cubría un hermoso tapete de ganchillo que, primorosamente, había hecho mi “Chacha Concha” (una abuela mas que me regaló la vida) y sobre este un portarretratos con una foto de la Virgen de la Fuensanta. En blanco y negro por supuesto. 

Al llegar a casa y tras una cena frugal, para poder dormir bien, me dejaban un ratito escuchando la radio. Primero las andanzas de “Matilde, Perico y Periquín” en las voces de Eduardo Ayuso, Matilde Conesa y Matilde Vilariño (del cuadro de actores de Radio Madrid) Después “El Parte”. En mi casa y en todas las casas, en aquellos años, era casi obligatorio escuchar ese informativo que, además, nos obligaba a permanecer en silencio para que nuestros padres escucharan atentamente las noticias del día. Aun recuerdo, como si hubiera sido ayer, la sintonía de Radio Nacional de España y la conexión obligatoria, de aquella, con todas las emisoras del país. Y por supuesto, la primera de las noticias, la que abría siempre aquellos “partes” era la que leía el locutor de turno con su engolada voz y el estilo literario que mandaban los tiempos, para anunciar a España que Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente ya estaban en nuestro país y que, a esas horas, ya habían recorrido los cuatro puntos cardinales en “triunfales cabalgatas”. Siempre igual. Todos los años lo mismo. 


Una vez que aquel noticiario había finalizado, serian las diez y media de la noche, me mandaban a la cama pues, como había dicho la radio, los Reyes Magos ya estaban en España y enseguida vendrían a mi casa. Tocaba acostarse a la fuerza aun sin tener sueño. 
Nunca me paré a pensar que, nada mas meterme en la cama, escuchaba cerrarse la puerta del piso que, varias horas después, se volverían a abrir con todo el sigilo del mundo pero que yo siempre oía. Muchos años después, muchísimos, supe que a mis padres les gustaba salir aquella noche a ultimas horas para hacer siempre alguna compra de ultimísima hora. Y tomarse un chocolate calentito en el Drexco.
 Yo me quedaba con la chacha Concha que, sentada en su butacón de amplias orejeras, quedaba en permanente duerme vela hasta que ellos regresaban. De fondo, en la radio, Alberto Oliveras y aquel programa de la Sociedad Española de Radiodifusión que fue todo un fenómeno social: “Ustedes son Formidables” Un espacio de ayuda a los mas necesitados y de los que tanto proliferaron, aquellos años, por las emisoras españolas para recurrir a la caridad de los oyentes y paliar las carencias y miserias de la población mas necesitada, intentando aliviar la hambruna y la miseria. 

Y así toda la noche en vela hasta que caía rendido por el sueño sabe Dios a que horas. La noche era larga, muy larga. Escuchaba el tic-tac del viejo reloj de pared del comedor. El péndulo incesante en su lento caminar de izquierda a derecha, de derecha a izquierda. Las campanadas a media noche. El silencio de nuevo. Así las doce, la una, las dos…. Golpes secos de gong que, todavía hoy, escucho en mis sueños más hermosos. 

Hasta que un año, lo recuerdo perfectamente, mi mente jugó a favor y les vi pasear sus egregias figuras por aquel antiguo comedor. Estaban allí, al otro lado de la puerta de cristal. Grandes figuras, enormes sombras, moviéndose con absoluta normalidad en aquel universo oscuro donde transcurrían todas las horas de mi vida. El miedo me impidió moverme y, con una reacción de defensa ante lo desconocido, me tapé la cabeza con el cobertor y las mantas. Pero ellos estaban allí. Yo los vi perfectamente. 

Quiero volver a sentir lo mismo. Quiero vivir las mismas sensaciones. Quiero verlos de nuevo. 

• Y quiero ver, sobre la mesa del comedor, la caja de lápices de colores “Alpino” y el plumier de madera, de dos pisos, con el escudo de mi Real Madrid en su tapadera. Las ultimas aventuras de “Guillermo el Travieso” que, todos los años, me traían sus majestades. O los libros de “Vidas Ejemplares” de la colección Bruguera: Ricardo Corazón de León; Arturo y los Caballeros de la Tabla Redonda; El Cid Campeador; Cesar Augusto; Felipe II, Miguel de Cervantes Saavedra…. O aquellos otros, también de Bruguera, con las aventuras de Rin-Tin-Tin y el pequeño cabo Rusty. 

• Y quiero tener de nuevo en mis manos el mecano de piezas metálicas para hacer mil construcciones. O el fuerte de “madera” (el plástico todavía quedaba lejos) con los americanos asomados en sus pretiles defendiendo sus posiciones ante unos indios, perfectamente alineados por las manos regias, delante de las altas tapias del fortín defensivo. Todos ellos de goma y debidamente pintados. Los americanos con las casacas azules, pañolón amarillo al cuello y sombrero negro. Los indios con el torso descubierto luciendo sus habituales pinturas de guerra y con las piernas cubiertas por pantalones marrones con flecos. En la cabeza hermosos penachos de plumas de mil colores… 

• Y quiero volver a saborear el chocolate “de las chucherias” que sus Majestades me dejaban también sobre la mesa principal de la casa y que, mas tarde, comprobaba eran los mismos que se veían, todos los años, en el escaparate de Pedreño en la calle de Platería. Monedas de oro, cajitas de puros y cigarrillos, ristras de ajos de azúcar, saquitos de dulce carbón o incluso perritos y gatos de mazapán con los ojos de bolitas de anís cubiertas de gris….Quiero volver a ver todo eso. Quiero volver a sentir todo aquello. 

• Quiero, en fin, notar sobre mi cara las manos fuertes de aquel padre que tanto amo y tanto añoro, que una Navidad se fue de este mundo para siempre, y que todos los años, todos, me sacaba del letargo del sueño para decirme al oído mientras destapaba mi cabeza de las mantas y me acariciaba con infinita ternura: “Albertico, levántate que ya han venido los Reyes Magos”