viernes, 28 de octubre de 2011

LA TRISTEZA DE LORCA

Tarde de otoño en Lorca. Las nubes bajan amenazantes desde la Sierra de Tercia y cubren con un velo de tonos grises todo el paisaje. Poco a poco, pese a la hora, la ciudad se va poblando de tinieblas. Lorca es una ciudad triste y no porque la luz del otoño la haya cubierto especialmente sino por que se palpa en el ambiente. En las caras serias de sus moradores, en los comercios, en las cafeterías, en las calles y plazas, en el paisaje y en el paisanaje.

Primera parada la Viña. El corazón latente de la tragedia. La zona cero como gustan decir algunos desde aquello de Nueva York. Solares y puntales casi seis meses después del fatídico once de mayo. En el parque, centro neuralgico del barrio castizo y popular, la parroquia en casetas prefabricadas. Al lado mismo el derribo de lo que fuera un templo de estilo modernista. El de Cristo Rey. Con las puertas abiertas, del improvisado refugio, veo a los niños en catequesis. Ajenos a todo. O quizá no.
El kiosco ha puesto una carpa para cobijar mesas y sillas de plástico de una conocida marca de cerveza y que así, ese punto, se convierta también en centro de reuniones vecinales. No hay nadie en su interior. En el parque apenas media docena de adolescentes subidos, como ahora es moda, en los respaldos de los bancos de madera. En la zona de juegos infantiles Gloria, de apenas tres años, pone el contrapunto de alegría en la tarde gris. Su madre, joven, se afana en voltear con todas sus fuerzas el columpio donde, la niña, esta sentada y sus carcajadas de felicidad hace que se disipen las nubes. Pero no se ve el sol.
Se que se llama Gloria pues, su joven madre, una y otra vez le advierte llamandola por su nombre para que se agarre muy fuerte a las cadenas que sujetan el sillin. Y la niña rie a carcajadas. Es el unico gesto de felicidad que he encontrado allí, en la Viña, y me siento en un banco para escribir mientras, su risa cantarina, alegra las estancias mas intimas de mi alma en soledad.

Los comercios en la Viña estan muertos. Hay algunos albañiles arreglando la papeleria Pallares. No hay nadie en su interior pese a estar abierta. Una señora ordena cuadernos y libretas, mochilas y cajas de lapices de colores esperando a niños que no llegan. El area comercial del barrio ha instalado un improvisado mercadillo de stands en chapa en el parque pero estan cerrado a estas horas. Sigo caminando y las estrechas calles del barrio se presentan llenas hierros y puntales. Cascotes y derribos. Camiones que entran y salen de ellas con escombros. Los pisos, fantasmagoricos reflejos donde hace tan solo seis meses todo era vida y alegría. Hoy están vacíos y son prisioneros de su propia soledad. Panteones de espectros que se asoman al vacío de la vida misma.

La Avenida de la Vendimia parte el alma. En sentido ascendente, a la izquierda, todo es un derribo generalizado. Cientos de viviendas que han desaparecido después de los temblores. Esa importante arteria del barrio ahora es un profundo descampado. Desolación y silencio. Soledad.
La calle Carpintería ofrece una vista inusual del parque. Antes, atravesándola, se entraba a la parte delantera de la iglesia parroquial. Hoy es un mal recuerdo. El solar en primer plano y detrás el arbolado del parque. La calle es un completo derribo.
La avenida de la Salud ofrece un paisaje desolador. Casas apuntaladas a ambos lados y centenares de hierros sujetando dinteles, marquesinas, salientes y cornisas. Como si de un gigantesco “mecano”  se tratara. Mas adelante, la Glorieta de Pedro Montagut, tiene un aspecto aun mas desolador y dantesco. Edificios reventados y apuntalados. Vacios, desmadejados, abiertos en mil lugares inverosímiles mostrando sus carnes desgarradas. Tristeza y desolación. Soledad.

Las nubes que bajan de la Sierra de Tercia oscurecen por completo el entorno pese a lo temprano de la hora. Comienza a llover con fuerza. Las calles estan desiertas. Algunos se refugian en las marquesinas de las paradas de autobús o en alguna cafeteria que todavía hoy permanece abierta pese a todo.
En una esquina encuentro un curioso letrero, triste aviso, en lo que era un salon de peluqueria: “Atiendo en mi casa” El establecimiento ofrece, tras los cristales, las secuelas del terremoto. Techos caidos, paredes reventadas y los espejos que otrora sirvieron para reflejar peinados y arreglos, hechos trocitos en el suelo bajo los escombros.






Paseo por la ciudad bajo la lluvia. Me apetece. Busco algo que no encuentro. El centro está vacío. Pese a lo temprano de la hora apenas hay viandantes. Si acaso algunos corren para resguardarse del fuerte aguacero.  A lo largo de la tarde entró en tres cafeterias diferentes: 1900 en la plaza del Teatro Guerra. Está vacía. Solo yo que pido mi primer café. Mas tarde hago lo mismo en “Expresso” en la Avenida Juan Carlos I. Aquí solo una mesa esta ocupada por alegres adolescentes que hablan de sus cosas. Sigo andando bajo la lluvia, parece como si el cielo llorara tambien por Lorca, y avenida abajo me tomó el tercer café de la tarde junto al cerrado instituto Ramon Arcas. No hay nadie en su interior. De nuevo yo solo pidiendo mi consumición. Me fijo en un hombre y una mujer tras de la barra. Ella me atiende solícita, él ojea con desgana un diario deportivo al otro extremo del mostrador. No hay nadie mas.

Sigue lloviendo. Se han encendido las luces de la ciudad. El tráfico es intenso a esas horas pero los comercios estan vacíos. En una tienda de modas, las chicas ven caer el aguacero tras los cristales. En otra de bolsos y articulos de piel, el vendedor, está en la misma puerta de brazos cruzados. Dos zapaterias sin nadie en su interior y con las vendedoras cruzadas de brazos. En un centrico supermercado dos hombres salen con sus bolsas de compra. Dentro apenas nadie y las cajeras hablando entre ellas. Tristeza y soledad. El comercio de la ciudad está moribundo y algo habrá que hacer para resucitarlo. Los comerciantes hablan de ruina y no les falta razón en sus apreciaciones.

Es la fotografía de una tarde cualquiera en Lorca. La ciudad que hace casi seis meses enmudeció bajo la furia desatada de la tierra. Es una urbe silenciosa. Lejos quedan los dias de alegria y bullicio. De fiestas y algarabías. De risas y corrillos vecinales. Hoy todo es diferente. Es una ciudad dolorida. Desgarrada. De gentes con caras serias. De preocupaciones a flor de piel. De tristezas y soledades.

Es una jornada de otoño. Llueve y el paisaje es gris y oscuro. No quiero que mi soledad influya en mi estado de ánimo a la hora de enfrentarme a la cruda realidad que me rodea pero por desgracia es esta y no otra. No hay vida. No se ve vida. No encuentro vida. Es como si un velo de tristeza permanente cubriera la ciudad y la envolviera en una tarde otoñal llenando los suelos de hojas muertas como en las vacías Alamedas que he paseado hoy también buscando, afanosamente, algo de vida que no he podido encontrar en mi camino.

En mi mente, conduciendo de regreso, los versos de E.Galeano que he leido horas antes en el monolito del Parque de la Viña:

“Ella está en el horizonte (…)
Me acerco dos pasos,
Ella se aleja dos pasos.
Camino diez pasos
Y el horizonte se corre
Diez pasos mas allá (…)
¿Para que sirve la utopía?
Para eso sirve:
Para caminar. 


martes, 25 de octubre de 2011

LA MANIFESTACION (cuento murciano)

Acudían a miles desde todos los rincones. Llevaban remos, redes, velas latinas, chubasqueros multicolores, anclas, garfios, palangres, faroles…. Los había de todos los lugares: fenicios, romanos, griegos, egipcios, chinos, rusos, japoneses, vietnamitas, noruegos, finlandeses… procedían de todos los mares. Se presentaron hasta los balleneros con sus enormes arpones.  Incluso llegaron los que siguieron al profeta Jesus de Nazaret en sus predicaciones por el mar de Galilea. Allí estaban todos y no faltaba ninguno. Desde la noche de los tiempos, cuando el hombre pescaba en rudimentarios troncos de árboles que flotaban en los mares y en los ríos, hasta los más modernos con las nuevas tecnologías. Estaban todos allí congregados.
El arcángel san Miguel guardián de los cielos, para intentar mantener el orden y la calma en la Gloria celestial, se puso al frente de una legión de ángeles que no podían impedir el paso de cientos de miles de almas de pescadores que desde todos los rincones del cielo acudían a aquella manifestación convocada por el mismo San Pedro. El pescador de Galilea, ordenaba, como podía, la primera fila de los manifestantes y elegía a los que llevarían la pancarta que encabezada la marcha. Por mucho que San Miguel, con su flamígera espada en la mano, intentaba que razonara el bravo pescador, éste, hacia caso omiso de las advertencias del arcángel y seguía a lo suyo que era ordenar aquella manifestación sin precedentes en los cielos.
En eso estaba cuando se escuchó, como un trueno, la voz de Dios que le mandaba llamar. El Sumo Hacedor no estaba para muchas bromas y se le notaba muy enfadado a causa del revuelo que se había montado en la Gloria. Pedro acudió solícito a la llamada del Padre.
¿Qué quieres Señor? Le dijo con toda humildad… Pedro, contestó Dios, ¿Qué lio me has montado que se han revolucionado todas las almas de los pescadores que tenemos en los cielos?
Veras, Señor, le contestó el santo portero de los cielos, tenemos un sitio en Murcia que es una preciosidad. Único en todo el Mar Mediterráneo. Se llama “Calnegre”. Es un humilde poblado de pescadores que viven allí desde tiempos remotos. Señor, es una parte virgen, de las pocas que queda en nuestra costa. Allí no hay urbanizaciones, ni campos de golf, ni galerías comerciales, ni edificios, ni parques temáticos, ni negocios inmobiliarios, ni tampoco yates o coches de super lujo. Por no tener no tienen ni puerto. Las barcas descansan en la arena como en mis tiempos Señor… allí Dios mío, hay paz, tranquilidad, gentes sencillas que faenan en la mar como todos nosotros. Como lo hice yo mismo. En Calnegre hay humildes gentes que viven todo el año de su trabajo con las redes y la pesca. Y ahora, Señor, los quieren echar de allí. Quieren arrasar sus humildes casas y arrebatarles el sustento. Los hombres, amparándose en no sé qué sentencia o ley, pretenden echarles y derribar sus humildes casas pues dicen que invaden el litoral. Ya ves, Dios, como si eso no lo hubieran hecho siempre en todos lados que ya sabes tú el cabreo, con perdón, que yo cojo con todo eso. No me extrañaría, Dios mío, que una vez que los hayan echado de allí empiece la especulación del suelo y a la vuelta de unos años tengamos enormes construcciones que acabaran con este lugar tan hermoso. Hay mucho dolor en sus pobladores,  pues a estas buenas gentes de Lorca porque, Calnegre pertenece a Lorca, quieren hundirlos en la nada y que pierdan lo poco que tienen y que atesoran desde pasadas generaciones. Yo, desde luego, no lo voy a consentir Señor… le dijo muy serio San Pedro.
Entonces le contestó Dios: “Enséñame ese lugar que describes con tanta pasión pues la verdad es que hace tiempo que no lo he visto y, sinceramente, después de todo lo que han pasado y  sufrido los lorquinos con los temblores  de la Madre Tierra no voy a permitir mas atropellos a estas pobres gentes. Les protegeré personalmente.
Entonces San Pedro sopló sobre las nubes y le abrió a Dios un hueco entre ellas para que viera este trozo virgen del hermoso litoral. El Sumo Creador se quedó paralizado. Al ver semejante maravilla le dijo a San Pedro: “Es un trozo del paraíso de Adán y Eva que se quedó sin destruir. Qué maravilla Pedro. ¡Es el Eden! Que preciosidad. No podemos permitir que esto ocurra. Mira, le dijo al santo portero de los cielos, vas a hacer otra cosa. En adelante que cada una de las almas de los pescadores se encarame con su farol a una estrella y que estén siempre vigilantes para que nada ni nadie, ¿me entiendes bien? Nada ni nadie les quite un solo ladrillo a las casas de estas gentes. Qué no los echen. Qué vigilen constantemente. Y te digo más, Pedro, haz guardia de día y de  noche para que no se  amparen los hombres en leyes absurdas y sin sentido. Cuida desde ahora este paraíso de nuestra amada Lorca y te hago responsable, como pescador que eres, que los protejas siempre de todo mal. Estoy seguro que con eso será más que suficiente porque si hay un lugar en la tierra que se asemeje a nuestro cielo, ese es precisamente “Calnegre”.

Moraleja: Por eso, amigo lector, son tan hermosas las noches de Calnegre. Esa es la única razón de la pureza de sus cielos y la hermosa claridad de su luna. Todas las almas de los pescadores se asoman en la noche mediterránea y se sientan con sus faroles en las estrellas, como les mandó Dios, para dar un resplandor aun mayor a esta zona de la costa murciana y vigilar continuamente para que ningún hombre, amparado en la ley caduca y obsoleta, pretenda arrebatar a las sencillas gentes de Calnegre lo que es suyo y les pertenece desde tiempos inmemoriales. Desde el cielo, las almas de los pescadores, velan constantemente para que nada ni nadie destruya lo que humildes trabajadores del mar construyeron con el paso de los años a fuerza de estrecheces, penurias, sudor y sacrificio.



miércoles, 19 de octubre de 2011

REQUIEM POR CALNEGRE

La muerte
entra y sale
de la taberna.
Pasan caballos negros
y gente siniestra
por los hondos caminos
de la guitarra.
Y hay un olor a sal
y a sangre de hembra,
en los nardos febriles
de la marina.
La muerte
entra y sale
y sale y entra
la muerte
de la taberna.
(Federico García Lorca)

Los primeros recuerdos que tengo de Puntas de Calnegre se remontan a una infancia ya perdida. A mi padre le encantaba perderse por aquellos bellísimos parajes y practicar el deporte de la pesca. Después he ido con amigos, compañeros de trabajo y apasionados, como yo, al “arte de la caña y el sedal” aunque, también es cierto, llevo muchos años sin practicarla. Todo pasa y todo queda… como dijo don Antonio Machado.
 Casualmente hace relativamente poco tiempo estuve en aquellos bellísimos parajes compartiendo mesa y mantel  con un extraordinario grupo de amigos. En aquella jornada imborrable, inolvidable y maravillosa nada podíamos sospechar de lo que se venía encima de las buenas gentes de este poblado de pescadores. El peso de la Ley ha caído sobre ellos como una autentica “galerna del Cantábrico” aunque estemos en las orillas del Mediterráneo.
Ayer nos llegaba esta noticia que ha tenido el efecto de un mazazo: “ El Tribunal Supremo (TS) ha dado la razón al Ministerio de Medio Ambiente, Rural y Marino al considerar en una sentencia dictada el 14 de septiembre  que el poblado pesquero de Puntas de Calnegre invade el dominio público marítimo-terrestre y que debe ser desmantelado, por lo que desestima el recurso presentado por los vecinos y por el Ayuntamiento de  Lorca.
En octubre de 2008 la Sala Tercera del TS admitió a trámite el recurso de casación interpuesto por la asociación de vecinos del poblado de Calnegre y el Ayuntamiento de Lorca contra una sentencia de la Audiencia Nacional en la que ya se exigía que se diera cumplimiento a la orden ministerial que exige la demolición de las casas del poblado por invadir el dominio público marítimo-terrestre.

El origen del problema se remonta a un deslinde aprobado por orden ministerial en 1977, ratificado en 2005 y recurrido sin éxito por los vecinos y el Ayuntamiento en varias instancias judiciales y ahora en el Supremo con el mismo resultado.

La Orden del Ministerio de Medio Ambiente de 11 de agosto de 2005 resuelve prestar conformidad a los planos de enero de 2004 en los que se refleja la cartografía actualizada de los deslindes de los bienes de dominio público marítimo terrestre de unos 1.157 metros, que comprende el poblado de Puntas de Calnegre hasta el límite con el término municipal de Mazarrón.

Este poblado murciano, dependiente del Ayuntamiento de Lorca, consta de medio centenar de casas cuyos orígenes se remontan al siglo XIX y fueron humildes pescadores los que se asentaron en aquellos parajes. La vida en Calnegre se detuvo hace muchos años y detenida está. Allí, desconocido lector, no encontrará las aberraciones de Benidorm, La Manga del Mar Menor, Campoamor, Cabo Roig, Mijas, Marbella, Fuengirola y tantas localidades que, no solo han invadido la zona marítimo terrestre sino que incluso han cimentado grandes bloques de apartamentos sobre las arenas del litoral. Son las aberraciones del “tardo franquismo” cuando las familias adictas al Régimen, caso de don José Banus por ejemplo, se beneficiaron de los gobiernos tecnócratas que formó el dictador en sus últimos años de gobierno totalitario. Convirtieron España en su cortijo y los favores al Pardo se pagaban con recalificaciones, permisos de construccion inapropiados, obras faraonicas o monstruosidades en el litoral para fomentar el turismo de las "suecas" o arabes de turbante, petrodólares, limusinas y guardaespaldas. El caso mas ilustrador lo encontramos en Puerto Banus cuando, Franco, pagó al constructor sus "desvelos" en la obra del Valle de los Caídos con aquel trozo privilegiado de la Costa malagueña.

Calnegre no es eso ni lo ha sido jamás. Este rincón de la costa murciana es un paraíso escondido donde apenas un centenar de personas viven permanentemente. No hay chalets, urbanizaciones, campos de golf, puertos deportivos ni tan siquiera chiringuitos donde los “guiris” se torran al sol cerveza en mano. No. No es eso.
Calnegre es la paz. El silencio. La tranquilidad. La señora Mercedes con sus hijas y sus arroces caseros. Playas salvajes. El mar en toda su hermosura. Cuatro barcas con sus maderas quemándose en los soles del estío y dos columpios para que jueguen los niños que por allí viven. Apenas media docena por cierto.

 Las calles mal asfaltadas. La piedra, acariciada por el Mare Nostrum, desgatada por el paso de los siglos. Los acantilados rotos desde tiempos inmemoriales por la furia desatada del Levante en otoño y la blanca espuma que acaricia las noches de luna llena el litoral dormido.
Ese y no otro es Calnegre. Un poblado pescador varado en el tiempo como las viejas embarcaciones de vela latina que surcaban las aguas del litoral murciano.

La  Justicia es ciega y muchas veces sorda. La vieja dama representada, hasta la saciedad, con los ojos vendados y la balanza en sus manos ha dictado sentencia. Ahora queda el amparo del Constitucional. Habrá que esperar el dictamen de las altas instancias jurídicas. Pero mucho me temo que tenemos que empezar a entonar un Réquiem por Calnegre.

No es Banus, ni Marbella, ni La Manga. Ni falta que le hace. Por supuesto es lo contrario a Benidorm. No hay “rascacielos” ni macro urbanizaciones, ni el hoyo dieciocho ni el catorce, ni yates anclados en puertos de súper lujo. Ni coches deportivos, ni boutiques de firmas internacionales, ni tan siquiera bellos cuerpos dorados por soles y sales. No, nada de eso hay en Calnegre. Todo es humildísimo. Por no tener no hay siquiera cobertura de telefonía móvil y para conseguirla, poco menos que tienes que hacer malabarismos sobre las rocas.

  Aquí la paz y el silencio son los únicos compañeros de viaje de unas gentes, extraordinarias gentes, que se han ganado la vida de generación en generación luchando contra el mar y echando las redes en jornadas de temporal o en las de “calma chicha”.  Los cuerpos están tostados y quemados por los soles y las sales. Las arrugas son de tanto otear el horizonte para estudiar la mar y saber donde se pueden echar las redes. Los coches deportivos no existen, ni falta que les hace y los rascacielos son humildísimas casas de techos de uralita donde poder cobijarse del traicionero temporal de Levante. Puertos Deportivos no hay y las barcas, dormitan sobre las piedras esperando la horas de la madrugada en que, de nuevo, serán empujadas mar adentro. Silencio y paz. Paz y silencio. Eso es Calnegre.

Me viene a la memoria aunque nada tiene que ver una vieja frase, creo que era del inolvidable Peridis, y que se publicó en el desaparecido semanario de “La Codorniz” y que decía…”Qué culpa tiene el tomate que está tranquilo en su mata y viene un tío, lo arranca y lo mete en una lata”…