viernes, 3 de junio de 2011

MADRE CORAJE. MUJER VALIENTE.

Ha llegado como todas las mañanas sonriente. Como tantas otras mañanas de los más de quince años que la conozco. Como todos los días, su primer saludo, es con una amplia sonrisa que le ilumina su cara todavía joven pero llena de arrugas que la vida y el destino le han ido marcando. Es una mujer vitalista, pese a lo que ha sufrido. Una persona que rezuma optimismo por todos los poros de su piel. Ha sufrido mucho en esta vida. Quizá demasiado. Separada de un marido que la maltrataba. Enganchado a la bebida le condujo por una senda peligrosa y como tantas otras parejas, por desgracia, rompieron su convivencia a base de palizas y desplantes. Pero ella le echó coraje a la vida. Mucho coraje.
Llegó a esta casa en la mitad de los años noventa cuando, mi empresa, contrató con la suya el tema de la limpieza de nuestras instalaciones. A las seis de la mañana, todos los días sin faltar uno, salvo quince en agosto, ella llega.  Rápidamente se pone su babi verde y comienza, hasta que llegan las compañeras, a limpiar papeleras, ordenar mesas, recoger chismes que siempre están por en medio pues, sabido es, que los periodistas y más en una redacción somos algo dejados en asuntos de orden. Pero ella, todos los días, todos, cuando entra por la puerta lo hace con una sonrisa en sus labios. Con un “buenos días” algo especial y con el optimismo a flor de piel. Para todos tiene una frase de ánimo. Se preocupa si nos ve serios o se interesa por nuestro trabajo del día anterior ya que, ella, siempre va con “sus pinganillos” puestos escuchando la que considera “su emisora”… Nos trata como una madre. Una madre “coraje” como ella es.
Recuerdo los pasados días, tristes jornadas, del terremoto de Lorca cuando estuvimos volcados todos con aquella ciudad y el primer día que me vio de nuevo en el despacho, aquella mañana, lo primero que hizo fue darme un cálido beso y un abrazo para decirme textualmente “que desgracia más grande Alberto, lo que habréis sufrido. Pero que orgullosa estoy de todos vosotros”… Así es ella. Así se siente ella. Es, desde luego, una más de nuestro equipo de trabajo. Menos mal, por cierto, que no sabe de internet, que no entiende de redes sociales y que seguro no leerá esto que escribo esta mañana en su honor. Porque si se enterara o alguien se lo dijera la tendríamos liada.
Esta mañana, este viernes, cuando ha llegado a nuestras instalaciones, de noche todavía en las calles de Murcia, nada más entrar por la puerta ha venido a mi despacho, ha entrado y con una alegría desbordante se ha acercado a mí, me ha dado un par de sonoros besos y con una risa nerviosa y orgullosa a la vez me ha dicho: “Alberto mi hija ya es médico. Ahora va a empezar el MIR. Quiere ser Neuróloga o Psiquiatra. Según le den los puntos”… y se le han llenado los ojos de agua cuando me lo contaba. Orgullo de madre. Orgullo de mujer que ha sacado a sus hijos adelante a golpe de escoba y fregona. De madrugones jamás recompensados. De lágrimas en soledad derramadas por un constante sufrimiento del que ha procurado dejar al margen a sus hijos. Uno por cierto, como las desgracias no vienen solas, interno en un establecimiento psiquiátrico fuera de Murcia. A lo mejor, por eso, la hermana quiere ser Psiquiatra. No lo sé.
Pero ella ha sido esa madre coraje que se ha quitado el pan de la boca para que sus hijos salieran adelante. Sé y me consta que no se ha comprado un traje, una camisa o un capricho pues había que “pagar” la carrera de su hija. Ha pasado penurias y estrecheces, ha sufrido lo indecible y todo le ha parecido poco para que pudiera estudiar una carrera. Su única salida nocturna, en toda su vida en todo el año, es cuando nuestra emisora organiza la cena de Navidad. Una noche especial pues es la única vez que la veo discretamente maquillada y vestida con exquisito gusto.
Una vez me dijo: “No quiero ver a mi hija con un borracho y mucho menos limpiando oficinas” Lo ha conseguido. Lo ha logrado. Han sido y son muchos madrugones, muchas horas pegada a la “escoba” como si aquella fuera su segundo brazo o una extensión de estos. Las lágrimas quedan atrás. Los malos tratos también. Los sufrimientos olvidados o al menos amortiguados por la grata noticia de ver a su hija con el título de su carrera de Medicina debajo del brazo. Ha merecido la pena. Orgullo de madre y de mujer.
No, ella, no me va a leer. Ni tampoco creo que nadie se lo llegue a decir nunca. Mejor así por supuesto. Pero yo quiero,  hoy, dejar patente mi admiración hacia esta mujer, hacia esta madre coraje a la que conozco más de quince años y con la que mantengo todos los días, mientras los demás duermen, conversaciones que me han ayudado muchísimo a conocerla más y mejor. A admirarla como madre ejemplar que ha dado, ella sí, su vida por la felicidad de sus hijos.
Enhorabuena por ese titulo de medicina. Enhorabuena por ser como eres. Enhorabuena por tu entrega y tu sacrificio. Gracias, amiga mía, por enseñarme lo que significa el sacrificio y por haberme dado una extraordinaria lección de vida. No importan tus moratones, aquellos que yo vi perplejo nada más conocerte. No importan tus lágrimas mientras pasabas la fregona en la vieja redacción. Atrás quedan tus sufrimientos y tus confidencias cuando me decías “Alberto, anoche llegó fatal y me tuve que ir a la calle” Lejos, muy lejos, ha quedado aquella mañana cuando me llevé un susto de muerte al entrar en la redacción y encontrarte recostada en el sofá tapada con tu abrigo. ¿Recuerdas que me pediste perdón por haberte venido a dormir a la emisora huyendo de los golpes? Si amiga mía, si. Todo ha quedado atrás. Lo has conseguido “Madre coraje” A golpe de fregona, escoba y recogedor, tu hija, la niña de tus ojos, ya es médico y para ti ha sido el mayor orgullo. La mejor recompensa.
Desde aquí mi homenaje. Mi admiración y mi profundo respeto. Madre coraje. Maravillosa mujer y mejor persona. Gracias por el ejemplo que me has dado durante todos estos años.
 Ya tienes una hija “con carrera” y que será “algo en la vida”… Cogerá la escoba, no te quepa duda, y la fregona estoy seguro. Aunque tú no quieras que lo haga. Pero será para arreglar su hogar, su casa,  que estará llena de felicidad con un hombre que la quiera y la respete. Ha tenido la extraordinaria lección de su madre. Gracias Lola. Un beso muy fuerte amiga mia.